Page 204 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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      convencer  a  los  más,  al  mismo  tiempo  que  en  gracias  a  las  leyes  y  al  uso”
      habíanse  conservado  aquellos  antiguos  mitos,  e  incluso  se  habían  desarrollado,
      añadiéndoles  rasgos  maravillosos,  pero  que  la  verdadera  divinidad,  el  “motor  in­
      móvil”,  lo  “que  no  había  sido  creado  por  ninguna  otra  cosa  fuera  de  sí
      mismo”,  existía  sin  materia,  sin  partes  y  sin  pluralidad,  era  forma  pura,  espíritu
      puro,  algo que se  concebía  a  sí  mismo,  algo  que  movía  a  otras  cosas  sin  actuar y
      sin  plasmar,  algo  hacia  lo  que  todo  se  movía  “por  puro  anhelo”,  como  hacia  lo
      eternamente bueno,  hacia  el  supremo  fin.
          ¿Y  si  Alejandro  se  hubiese  encontrado  en  el  templo  de  Ammón  con  una
      doctrina  de  la  divinidad,  con  un  simbolismo  que,  ahondando  en  iguales  o  pare­
      cidas especulaciones,  articulase en  un  grande y coherente  sistema,  a  la  par,  la  cer­
      teza  del  más  allá,  de  su  justicia  y  de  sus  transfiguraciones,  y  los  deberes  y  la
      ordenación  de  la  vida  del  más  acá,  concebida  solamente  como  preparación  para
      aquélla, la esencia del sacerdocio y de la monarquía? Ya algunos monumentos de la
      antigua  época  de los  Faraones  hablan  del  dios  que  se  ha  hecho  dios  a  sí  mismo,
      que existe por sí mismo, el único creador no creado en el cielo y en la tierra,  señor
      de  los  seres  que  existen  y  de  los  que  no  existen” .  Y  una  inscripción  muy  nota­
      ble de la época de Darío II y en honor suyo demuestra que estas ideas se conserva­
      ban en  toda  la  plenitud  de  su  vida y hasta  tal  vez  habían  sido  más  desarrolladas
      aún;  en  ella  aparece  Ammón-Ra,  el  dios  que  se  ha  creado  a  sí  mismo,  que  se
      revela en cuanto existe, que existía desde el  comienzo mismo  de la  creación y que
      es  lo  permanente  en  cuanto  tiene  existencia;  los  demás  dioses  son  algo  así  como
      predicados suyos, como actividades o  funciones  de él:  “Son los  dioses  que  hay  en
      tus manos y los hombres postrados a tus pies;  tú eres el cielo,  tú eres lo profundo;
      los  hombres  te  ensalzan  como  al  que  incansablemente  vela  por  ellos;  sus  obras
      están  consagradas  a  ti” .  Y  luego  viene  la  plegaria  por  el  rey:  “Haz  que  tu  hijo
      sentado  en  tu  trono  sea  feliz,  haz  que  sea  igual  a  tí  y  que  reine  como  soberano
      revestido  de  toda  tu  dignidad;  y  como  tu  forma  es  fuente  de  bienaventuranza
      cuando  te levantas  como  Ra,  así  es  también  la  conducta  de  tu  hijo,  Darío,  que
      viva  eternamente,  como  tú  lo  deseas;  que  el  miedo  ante  él,  el  respeto  por  él,
      el brillo  de  su  gloria  vivan  en  los  corazones  de  todos  los  hombres  de  todos  los
      países, como el miedo a ti y el respeto hacia ti viven en los  corazones  de los  hom­
      bres y  de los  dioses” .
           Si los  sacerdotes  de Ammón  saludaron a  Alejandro  como  a  hijo  de Ammón-
       Ra,  como  a  Zeus-Helios,  lo  hicieron  con  la  plena  veracidad  de  sus  convicciones
       religiosas  y  del  profundo  simbolismo  con  que  concebían  su  doctrina  de  la  divi­
       nidad.  Dícese  que  Alejandro  escuchó  con  gran  atención  las  explicaciones  de
       Psammon,  el  “filósofo”,  según las  cuales  todo  hombre  se halla  gobernado  por  un
       dios  (βασιλεύονται  vro  ·θεοϋ),  pnes  lo  que  domina  y  manda  en  cada  cual  es  lo
       divino;  a  lo  que  Alejandro  había  replicado  que  no  cabía  duda  de  que  dios
       (τον  θεόν)  era  el  padre  común  de  todos  los  hombres,  aunque  elegía  como  hijos
       predilectos  a los  mejores.
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