Page 204 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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198 ALEJANDRO EN AMMON
convencer a los más, al mismo tiempo que en gracias a las leyes y al uso”
habíanse conservado aquellos antiguos mitos, e incluso se habían desarrollado,
añadiéndoles rasgos maravillosos, pero que la verdadera divinidad, el “motor in
móvil”, lo “que no había sido creado por ninguna otra cosa fuera de sí
mismo”, existía sin materia, sin partes y sin pluralidad, era forma pura, espíritu
puro, algo que se concebía a sí mismo, algo que movía a otras cosas sin actuar y
sin plasmar, algo hacia lo que todo se movía “por puro anhelo”, como hacia lo
eternamente bueno, hacia el supremo fin.
¿Y si Alejandro se hubiese encontrado en el templo de Ammón con una
doctrina de la divinidad, con un simbolismo que, ahondando en iguales o pare
cidas especulaciones, articulase en un grande y coherente sistema, a la par, la cer
teza del más allá, de su justicia y de sus transfiguraciones, y los deberes y la
ordenación de la vida del más acá, concebida solamente como preparación para
aquélla, la esencia del sacerdocio y de la monarquía? Ya algunos monumentos de la
antigua época de los Faraones hablan del dios que se ha hecho dios a sí mismo,
que existe por sí mismo, el único creador no creado en el cielo y en la tierra, señor
de los seres que existen y de los que no existen” . Y una inscripción muy nota
ble de la época de Darío II y en honor suyo demuestra que estas ideas se conserva
ban en toda la plenitud de su vida y hasta tal vez habían sido más desarrolladas
aún; en ella aparece Ammón-Ra, el dios que se ha creado a sí mismo, que se
revela en cuanto existe, que existía desde el comienzo mismo de la creación y que
es lo permanente en cuanto tiene existencia; los demás dioses son algo así como
predicados suyos, como actividades o funciones de él: “Son los dioses que hay en
tus manos y los hombres postrados a tus pies; tú eres el cielo, tú eres lo profundo;
los hombres te ensalzan como al que incansablemente vela por ellos; sus obras
están consagradas a ti” . Y luego viene la plegaria por el rey: “Haz que tu hijo
sentado en tu trono sea feliz, haz que sea igual a tí y que reine como soberano
revestido de toda tu dignidad; y como tu forma es fuente de bienaventuranza
cuando te levantas como Ra, así es también la conducta de tu hijo, Darío, que
viva eternamente, como tú lo deseas; que el miedo ante él, el respeto por él,
el brillo de su gloria vivan en los corazones de todos los hombres de todos los
países, como el miedo a ti y el respeto hacia ti viven en los corazones de los hom
bres y de los dioses” .
Si los sacerdotes de Ammón saludaron a Alejandro como a hijo de Ammón-
Ra, como a Zeus-Helios, lo hicieron con la plena veracidad de sus convicciones
religiosas y del profundo simbolismo con que concebían su doctrina de la divi
nidad. Dícese que Alejandro escuchó con gran atención las explicaciones de
Psammon, el “filósofo”, según las cuales todo hombre se halla gobernado por un
dios (βασιλεύονται vro ·θεοϋ), pnes lo que domina y manda en cada cual es lo
divino; a lo que Alejandro había replicado que no cabía duda de que dios
(τον θεόν) era el padre común de todos los hombres, aunque elegía como hijos
predilectos a los mejores.