Page 209 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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BATALLA  DE  GAUGAMELA                    203


       para  sus  fuerzas  y  que  no  estaba  dispuesto  a  dejarse  arrastrar  como  en  Isos,  por
      la  tardanza  del  enemigo  y  su  propia  impaciencia,  a  un  terreno  desfavorable.
       Por  tanto,  Alejandro  decidió  ir  a  su  encuentro.  Todo  el  bagaje  inútil  y  las  gen­
       tes  no  aptas  para  la  lucha  se  quedaron  en  el  campamento,  de  donde  el  ejército
       partió  en  la  noche  del  29  al  30  de  septiembre,  como  a  la  hora  de  la  segunda
       guardia.  Hacia  el  amanecer,  las  tropas  llegaron  a  las  últimas  colinas;  estaban  a
       unos sesenta estadios  de  distancia del enemigo,  pero  los  cerros  delanteros  lo  ocul­
       taban  a  la  vista.  Treinta  estadios  más  allá,  cuando  su  ejército  habla  cruzado
      aquellos  cerros,  Alejandro vió  en  la  vasta  llanura,  como  a  una  hora  de  distancia,
      las  oscuras  masas  de  las  líneas  enemigas.  Mandó  a  sus  columnas  hacer  alto,
      convocó a los  amigos,  a los  estrategas,  a los  ilarcas  y a  los  jefes  de las  tropas  alia­
      das  y  de  los  mercenarios  para  pedirles  su  parecer  sobre  si  se  debía  atacar  inme­
      diatamente  o  acampar  y  atrincherarse  en  aquel  sitio,  para  reconocer  previamente
      el  campo  de  batalla.  La  mayoría  fué  de  opinión  de  que  se  lanzase  inmediata­
      mente  contra  el  enemigo  a  sus  tropas,  que  ardían  en  deseos  de  pelear;  Parme­
      nión,  en cambio,  aconsejó  el  camino  de la  prudencia:  dijo  que las  tropas  estaban
      fatigadas  por  la  marcha  y  que  los  persas,  que  llevaban  tanto  tiempo  emplazados
      en  aquella  posición  favorable  no  habrían  perdido  ocasión  para  prepararla  a  su
      favor  por  todos  los  medios  posibles;  ¡quién  sabe  sí  incluso  habrían  llenado  el
      campo  de  batalla  de  empalizadas  o  de  trincheras  secretas;  las  reglas  estratégicas
      exigían  orientarse  y  acampar  antes  de  dar  la  batalla.  La  opinión  del  viejo  gene­
      ral  acabó  imponiéndose;  Alejandro  ordenó  que  las  tropas  acampasen  en  las  coli­
      nas a la vista del  enemigo  (cerca  de  Bertela)  en  el  mismo  orden  en  que  habrían
      de  lanzarse  al  combate.  Esto  ocurría  el  30  de  septiembre,  por  la  mañana.
          Por  su  parte,  Darío,  aunque  llevaba  ya  largo  tiempo  esperando  la  llegada
      de los  macedonios  y  había  hecho  retirar  de  la  vasta  llanura  todos  los  obstáculos
      que  pudieran  entorpecer  los  ataques  en  tromba  de  sus  escuadrones  de  caballería
      o  la  marcha  de  sus. carros  armados  de  hoces,  hasta  los  arbustos  y  las  pequeñas
      colinas  de  arena,  sentíase  bastante  inquieto  ante  la  noticia  de  la  proximidad  de
      Alejandro  y  de la'rapidísima  retirada  de  sus  puestos  avanzados  al  mando  de  Ma­
      ceo;  sin  embargo,  ante  las  orgullosas  seguridades  que  le  daban  sus  sátrapas,  no
      importunados  ahora  por  las  amonestaciones  de  ningún  extranjero,  ante  las  filas
      interminables  de  su  ejército,  que  ahora  ningún  Carídemo  ni  ningún  Amintas  se
      atrevía  a  menospreciar  para  dar  la  preferencia  a  aquel  puñado  de  macedonios
      que  aguardaba  en  las  colinas,  y  finalmente  ante  la  voz  del  propio  deseo,  que
      tanto  gusta  de  considerar  su  ceguera  como  prudencia  llena  de  fuerza  y  de  escu­
      char las  palabras  de  halago  de los  aduladores  con  preferencia  a  las  serias  y amar­
      gas  advertencias  de  un  pasado  harto  próximo,  el  rey  de  los  persas  no  tardó  en
      aquietarse y en recobrar la confianza en sí mismo.  A sus grandes  no les  fué  difícil
      convencerlo de que en  Isos  no  había  sido  derrotado  precisamente  por el  enemigo,
      sino  por  la  falta  de  espacio  para  mover  sus  fuerzas;  ahora  disponía  de  campo
       sobrado para la  combatividad  de  sus  cientos  de  miles  de  hombres,  para  las  hoces
       de  sus  carros  de  guerra  y  para  sus  elefantes  indios;  había  llegado,  por  fin,  la
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