Page 274 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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270                   PERSECUCION  DE  BESSOS

        este país  habrían  permitido,  si  los  que  tenían  que  hacerlo  hubieran  sabido  apro­
        vecharlas,  una  larga  y  tal  vez  venturosa  resistencia.  Las  fértiles  y  densamente
        pobladas  tierras  del  valle  de  Maracanda,  protegidas  al  oeste  por  vastos  desier­
        tos  y al  sur,  el  este  y  el  norte  por  cadenas  de  montañas  con  pasos  muy  difíciles
        algunas  de  ellas,  no  sólo  eran  fáciles  de  defender  contra  cualquier  ataque,  sino
        que  se  hallaban,  además,  favorablemente  situadas  para  poder  hostilizar  cons­
        tantemente  desde  ellas  a  los  ocupantes  de  la  Aria,  la  Partía  y  la  Hircania.  El
        poner  en  pie  de  guerra  a  contingentes  importantes  de  tropa  era  empresa  fácil
        en  aquel  país;  las  huestes  de  los  dahos  y  los  masagetas,  que  dominaban  los  de­
        siertos occidentales y las hordas  escitas  del  otro  lado  del Jaxartes, estaban siempre
        dispuestas  a  lanzarse  a  expediciones  de  rapiña;  había  incluso  algunos  príncipes
        índicos  que  se  mostraban  propicios  a  participar  en  una  guerra  contra  Alejandro.
        Y  aunque  los  macedonios  saliesen  victoriosos  del  empeño,  los  desiertos  del
        oeste  y  los  castillos  roqueros  de  las  montañas  brindaban  seguro  asilo  y  buenos
        puntos  de apoyo para futuros levantamientos.
           Todo  esto  hacía  que  fuese  mucho  más  importante,  para  Alejandro,  apode­
        rarse de la persona  de Bessos  antes  de  que su usurpación  del título  de  rey  sirviese
        de señal para un levantamiento general.  Lo primero  que hizo,  pues,  fué partir  de
       Bactra  en  persecución  del  usurpador.  Después  de  una  fatigosa  marcha  a  través
        de las  desoladas  tierras  que  se  interponían  entre  la  fértil  comarca  de  Bactra  y  el
        Oxo,  los  perseguidores  llegaron  a  las  márgenes  de  aquel  caudaloso  y  rápido  río.
        Por  ninguna  parte  se  veían  embarcaciones  en  que  poder  cruzarlo,  la  posibilidad
        de  hacerlo  a  nado  o  de  vadearlo  quedaba  excluida  por  su  anchura,  por  su  pro­
        fundidad  y  por  lo  rápido  de  la  corriente,  y  el  tender  un  puente  habría  llevado
        demasiado  tiempo,  ya  que  no  había  madera  bastante  en  aquellos  parajes  y,  ade­
       más,  el  blando lecho  de  arena  y  la  rapidez  de  la  corriente  oponían  grandes  difi­
       cultades al  clavado, de  estacas.  En  vista  de  ello,  Alejandro  recurrió  a  los  mismos
       medios  que  con  tanto  éxito  había  empleado,  años  atrás,  para  cruzar  el  Danubio:
       hizo  rellenar de  paja  y  coser  fuertemente las  pieles  bajo  las  que  pernoctaban  sus
       tropas  y,  atándolas,  echarlas  al  agua  como  pontones,  que  fueron  cubiertos  con
       vigas  y  tablas  para  formar  un  puente  flotante  sobre  el  cual  pasó  a  la  otra  orilla
       todo el ejército en término de cinco días.  Después de pasar el río, Alejandro tomó
       sin detenerse el camino  de Nautaca.
           Entre  tanto,  la  suerte  de  Bessos  había  tomado  un  giro  digno  de  su  crimen
       y de su impotencia.  Aquel  hombre,  que  no  hacía  más  que  huir ante  Alejandro  y
       se mostraba incapaz de toda voluntad y  de  toda  acción,  defraudó  completamente
       a los  grandes  que  le  rodeaban  y  dió  al  traste  con  sus  últimas  esperanzas  de  sal­
       vación.  Aun  en  condiciones  tan  humillantes  como  aquéllas  seguía  ejerciendo
       cierta  tentación,  naturalmente,  el  nombre  y  la  apariencia  del  poder  y,  además,
       contra un  regicida  considerábase lícito  todo  desafuero.  El  sogdiano  Espitámenes,
       informado de la proximidad del ejército enemigo,  creyó llegada la hora de  ganarse
       la  voluntad  de  Alejandro  traicionando  al  traidor.  Confió  su  plan  a  los  príncipes
       Datafernes,  Catanes  y  Oxiartes,  quienes  se  pusieron  de  acuerdo  con  él  inmedia­
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