Page 279 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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      brindaba un punto  de partida  excelente para  desarrollar una  campaña  en  el  terri­
      torio  poblado  por  los  atacantes.  Alejandro  confiaba,  además,  en  que  el  lugar
      donde  había  acampado  llegaría  a  convertirse  en  un  punto  no  menos  importante
      para  el  comercio  pacífico  entre  los  pueblos;  y  si  ya  en  aquel  entonces  existían,
      como hay que suponer que existirían,  relaciones  comerciales  entre las  tierras  bajas
      y las tierras altas del interior del Asia,  el único  camino  de montaña  que venía  del
      país de la seda, el de Kachgar,  después.de remontar la  gigantesca muralla de mon­
      tañas del Tian  Chan,  que llegaba  hasta  25,000  pies  de  altura,  descendía  pasando
      por  Osch,  hasta  este  lugar,  extraordinariamente  bien  situado,  por  tanto,  para
      servir  de  mercado  a  los  pueblos  circundantes.
          En  realidad,  las  relaciones  de  los  macedonios  con  los  vecinos  escitas  parecía
      que iban a desarrollarse amistosamente;  el curioso  pueblo  de los  abios  y los  “esci­
      tas de Europa”  enviaron embajadas  al rey para  concertar  con él  pactos  de  alianza
      y amistad;  Alejandro hizo que estos escitas,  al  regresar a  sus  tierras,  fuesen  acom­
      pañados  por  algunos  de  sus  hetairas  con  el  pretexto  de  sellar,  en  su  nombre,  la
      amistad  con  su  rey,  pero  en  realidad  para  que  le  trajesen  informaciones  seguras
      acerca  del  país  de  los  escitas,  del  volumen  de  su población,  de  su  tipo  de  vida,
      de la  contextura  física  y  del  sistema  de  guerra  de  aquel  pueblo.

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          Entre  tanto,  empezaba  a  desarrollarse  en  la  retaguardia  de  Alejandro  un
      movimiento  que  iba  extendiéndose  con  una  violencia  extraordinaria.  El  odio
      contra  el  conquistador  extranjero,  unido  al  sentido  de  salvaje  independencia  que
      siempre  había  caracterizado  a  la  clase  dominante  de  la  población  de  aquel  país,
      estaban aguardando solamente el  impulso  y el  caudillo  para  estallar  en  una  furio­
      sa  insurrección.  Y  Espitámenes,  que  se  creía  defraudado  en  sus  arrogantes  espe­
      ranzas, apresuróse a  explotar al servicio  de  su ambición aquel estado  de  ánimo  de
      la población, la  confianza  depositada  en  él  por Alejandro  y  el  hecho  de  que  éste
      se hallase lejos.  Los  sogdianos  que  habían  tomado  parte  con  él  en  la  huida  y  el
      secuestro  de Bessos  formaban  el  núcleo  de  este  alzamiento,  cuyo  primer  impulso
      y  tal  vez  la  señal  previamente  convenida  partieron  de  la  población  de  las  siete
      ciudades  fortificadas;  las  guarniciones  que  Alejandro  dejara  en  ellas  fueron  aba­
      tidas  por  sus habitantes.  En  seguida,  la  insurrección  prendió  con  gran  fuerza  en
      el valle del Sogd;  la guarnición  de Maracanda,  que  no  era  grande,  parecía  que  no
      acertaría  a  reprimir  el  movimiento  y  que  seguiría  la  misma  suerte  de  las  otras.
      Los  masagetas,  los  dahos,  los  saces  del  desierto,  antiguos  camaradas  de  lucha  de
      Espitámenes,  no menos  amenazados  por los  macedonios  que  los  sogdianos  y  ani­
      mados fácilmente a  cualquier campaña  por el  espejuelo  del asesináto y el  saqueo,
      apresuráronse  a  sumarse a  la  insurrección.  En las  tierras  de  la  Bactriana  se  corrió
      la  voz  de  que  la  reunión  de  los  hiparcas  convocada  en  Zariaspa  por  Alejandro
      tenía  como  finalidad  deshacerse  de  todos  los  jefes  del  pueblo  de  una  vez;  por
      tanto, era necesario salir al paso de aquel peligro y asegurarse antes de que las cosas
      no  tuviesen  remedio.  Oxiartes,  Catanes,  JorieneS,  Haustanes  y  muchos  otros
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