Page 282 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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278 SUBLEVACION EN LA SOGDIANA
rey, con los ritos y sacrificios, torneos y fiestas usuales en estos casos, dió el nom
bre de Alejandría.
Mientras tanto, las hordas escitas seguían acampadas al otro lado del río;
disparaban sus dardos contra los macedonios, como incitándolos a la lucha; gri
taban jactanciosamente que el enemigo no se atrevería a medirse con ellos y
que, si lo hacía, se convencería de la diferencia que había entre los hijos del
desierto y los afeminados persas; Alejandro decidió pasar el río y atacarlos, pero
los sacrificios no presagiaban nada bueno; además, no se sentía aún bastante
restablecido de la herida recibida en la toma de Cirópolis para poder tomar per
sonalmente parte en la expedición. Sin embargo, viendo que los escitas se
mostraban cada vez más insolentes y que las noticias recibidas de la Sogdiana eran
cada vez más amenazadoras, Alejandro hizo que su sacerdote Aristandro sacrifi
case por segunda vez y consultase de nuevo la voluntad de los dioses; y otra vez
fueron malos los presagios y anunciaron que se cernía un peligro personal sobre
el rey. Pero Alejandro, declarando que prefería exponerse al mayor de los peligros
que servir de befa a aquellos bárbaros, ordenó que las tropas avanzasen sobre la
orilla, que fuesen montadas las catapultas y que se prepararan las pieles de las
tiendas de campaña convertidas en pontones para cruzar el río. Así se hizo; y
mientras en la otra orilla los escitas, cabalgando en sus corceles, corrían de un
lado para otro entre gran algazara, las tropas macedonias formáronse en perfecto
orden en la otra margen al abrigo de las catapultas, que de pronto empezaron a
soltar andanadas de proyectiles sobre el lado opuesto del río. Los escitas, gentes
medio salvajes, al ver semejante cosa, abandonaron la orilla, desconcertados
y en gran desorden, mientras las tropas de Alejandro empezaban a cruzar
el río entre el estrépito de las trompetas. Los arqueros y los honderos, los pri
meros que pasaron al otro lado, protegieron el paso de la caballería, que venía
detrás. Tan pronto como ésta hubo pasado, los sarissóforos y la caballería griega
pesada, unos mil doscientos hombres en total, abrieron el combate. Los escitas,
tan veloces en la retirada como feroces en el ataque, los rodearon en seguida como
una nube por todas partes, los asaetearon con una granizada de dardos y castiga
ban duramente a los macedonios, sin hacer frente a ninguno de sus ataques. Pero,
en esto, abalanzáronse sobre el enemigo los arqueros y los agríanos con toda la
infantería ligera, que acababa de cruzar el río; en distintos puntos habíase esta
bilizado ya una enconadísima lucha; para decidirla, el rey ordenó a tres hiparquías
de hetairos y a los acontistas de a caballo lanzarse a la carga; él mismo cargó
sobre el flanco del enemigo a la cabeza de los demás escuadrones, que seguían en
profundas columnas; los escitas, viéndose atacados por todas partes e imposibili
tados ya para dispersarse y luchar con su táctica de combates volantes, empezaron
a retroceder en todos los puntos. Los macedonios los acosaban del modo más
furioso. Aquella carrera salvaje, unida al calor sofocante y a una sed abrasadora,
hacía extraordinariamente dura la persecución; el propio Alejandro, al límite ya
del agotamiento, bebió sin desmontar unos tragos del agua estancada de la este
pa, y los efectos de aquella funesta bebida presentáronse rápidamente y con gran