Page 285 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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DESCANSO  EN  ZARIASPA                    281

      el  oeste  y  el  norte,  le  obligó  a  detenerse.  Espitámenes  había  sido  expulsado  del
      país,  con  las  fuerzas  que  le  seguían.  Los  sogdianos,  conscientes  de  su  culpa  y
      llenos  de  temor  ante  la  cólera  del  rey,  habían  ido  a  refugiarse  detrás  de  las
      murallas  de  sus  ciudades,  y  Alejandro  había  pasado  de  largo  por  delante  de  ellas
      para  ir  tn  persecución  de  Espitámenes.  Pero  no  porque  fuese  su  propósito,  ni
      mucho menos,  dejar sin castigo  su  felonía.  El peligro  que  representaban  aquellos
      actos reiterados de deserción,  la importancia  que  tenía  la posesión  firme y  segura
      de aquel país y lo poco de fiar que era la  sumisión  forzada  de  los  sogdianos:  todo
      ello  hacía  que  fuese  necesario  castigar  severamente  a  los  sublevados.  A  su  vuelta
      de los  bordes  del  desierto,  Alejandro  empezó  a  devastar  el  rico  país,  a  incendiar
      sus  aldeas  y  a  destruir  sus  ciudades;  más  de  cien  mil  hombres  se  dice  que
      perecieron, quemados  o acuchillados,  en  aquel  cruel  castigo colectivo.


                          DESCANSO  INVERNAL  E N   ZARIASPA
          Después  de  apaciguar  de  este  modo  la  Sogdiana  y  de  dejar  allí  a  Peucolao
      al  mando  de  tres  mil  hombres,  Alejandro  se  trasladó  a  Zariaspa,  capital  de  la
      Bactriana,  donde había convocado a una reunión a los hiparcas  del  país.  Ya  fuese
      porque  los  bactrianos  se  sometiesen  ahora,  aterrorizados  ante  la  terrible  suerte
      corrida  por  la  Sogdiana,  o  porque  ya  desde  el  primer  momento  mostraran  poco
      entusiasmo  por  la  sublevación,  lo  cierto  es  que  Alejandro  no  creyó  necesario
      emprender  operaciones  militares  contra  ellos,  y  sólo  poseemos  una  noticia  muy
      insegura acerca  del castigo  de la  deserción  que  tal  vez llegara  a  proyectarse  en la
       Bactriana.  Los  grandes  de esta  región  que  se hallaban  complicados  en  el  levanta­
      miento  de  los  sogdianos  huyeron  a  las  montañas,  donde  se  consideraban  seguros
       en  sus  castillos  roqueros.
           El  invierno  del  329  al  328,  que  Alejandro  pasó  en  Zariaspa,  fué  memorable
       desde muchos puntos  de vista.  La  reunión  de  los  príncipes  bactrianos,  la  llegada
       de nuevas huestes guerreras  de los  pueblos  del  occidente,  numerosas embajadas  de
       pueblos  europeos  y  asiáticos,  las  actividades  incesantes  de  aquel  ejército  siempre
       victorioso  y  endurecido,  la  abigarrada  mescolanza  de  la  vida  militar  macedonia,
       de la pompa  persa y de la  cultura  helénica:  todo  ello  junto  forma  la  imagen,  tan
       extraña  como  característica,  de  aquel  joven rey,  absolutamente  consciente  de  que
       debía  agregar  a la  fama  de  sus victorias  y  de  sus  creaciones  el  esplendor  solemne
       del oriente y toda  la majestad  de la  suprema  dicha  humana,  si  no  quería  que  los
       pueblos  recién  conquistados  perdiesen  la  fe  en  la  grandeza  del  hombre  a  quien
       estaban dispuestos a reconocer y venerar como a  un  ser supraterrenal.
           Alejandro  juzgó  a Bessos,  en  Zariaspa,  con  arreglo  a  las  formas  tradicionales
       de  la  justicia  persa.  El  regicida  fué  presentado  ante  los  grandes  reunidos  car­
       gado  de cadenas;  el propio Alejandro  pronunció  la  acusación y los  reunidos  dicta­
       ron,  a  lo  que  parece,  el  fallo  declarándolo  culpable.  El  rey  ordenó,  siguiendo  la
       costumbre  persa,  que  se  cortaran  al  reo  la  nariz  y  las  orejas  y  se  le  trasladara
       a  Ecbatana  para  clavarlo  allí  en  la  cruz,  ante  la  dieta  de  los  medos  y  los  persas.
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