Page 280 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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276 SUBLEVACION EN LA SOGDIANA
siguieron el ejemplo de los sogdianos. La noticia de lo que ocurría se difundió
hasta más allá del Jaxartes, por las estepas de los escitas asiáticos; las hordas,
inflamadas por el deseo de robar y asesinar, afluyeron hacia las márgenes del gran
río, esperando a recibir la noticia del primer éxito logrado por los sogdianos para
cruzar a nado y caer sobre los macedonios. De golpe y porrazo, Alejandro veíase cer
cado por inmensos peligros; el más pequeño revés o la menor demora los arrastrarían
al desastre a él y a su ejército. Hacían falta toda su energía y toda su intrepidez
para encontrar rápida y seguramente la salida a aquella peligrosísima situación.
Sin perder un solo instante, se dirigió a Gaza, la más próxima de las siete
fortalezas, a la par que enviaba a Crátero contra Cirópolis, donde se habían
concentrado la mayoría de los contingentes bárbaros de los contornos, con orden
de poner sitio a la ciudad con murallas y trincheras y de construir máquinas de
asalto. Tan pronto llegó delante de Gaza, ordenó comenzar el ataque contra los
muros de tierra de la ciudad, que no eran demasiado altos; mientras los honderos,
los arqueros y las máquinas barrían las paredes con una granizada de proyec
tiles, la infantería pesada tomaba sus posiciones para el asalto por todas las partes
de la ciudad, tendía las escalas, escalaba los muros y, momentos después, los ma
cedonios eran dueños de la ciudadela. Alejandro ordenó expresamente que todos
los hombres cayeran bajo el filo de la espada; las mujeres, los niños, todos los
bienes de la ciudad fueron entregados a los soldados como botín y la ciudad
misma fué pasto de las llamas. En el mismo día fué atacada y tomada también por
asalto la segunda fortaleza, cuyos habitantes corrieron la misma suerte. A la
mañana siguiente atacaban las falanges la tercera ciudadela, que cayó también
al primer embate. Los moradores de las dos primeras fortalezas vieron subir al
cielo las columnas de humo de la ciudad conquistada; algunos fugitivos llevaron
a ellas las noticias del espantoso fin de la ciudad; los habitantes de las dos plazas
que aún quedaban en pie lo dieron todo por perdido y se precipitaron a las puer
tas en tropel para huir a las montañas. Pero Alejandro, esperando que ocurriese
aquello, había mandado por delante a la caballería, ya por la noche, con órdenes
de que bloqueasen los caminos de salida de las dos ciudades; y así, los bárbaros
fugitivos iban a estrellarse a ciegas contra las filas compactas de los macedonios,
donde la mayoría de ellos encontraron la muerte, después de lo cual fueron
ocupadas y destruidas las dos últimas plazas rebeldes.
Después de reducidas en dos días las cinco fortalezas más cercanas, Alejan
dro se dirigió a Cirópolis, cercada ya por Crátero y sus tropas. Esta ciudad era
mayor que las anteriormente conquistadas, se hallaba rodeada de fuertes mura
llas, tenía una ciudadela y estaba defendida, aproximadamente, por quince mil
hombres, los bárbaros más combativos de aquellos contornos. Alejandro ordenó
que fuesen emplazadas inmediatamente las máquinas de asalto y empezasen a
trabajar sobre las murallas para abrir brecha en ellas y que las tropas pudieran
lanzarse al asalto cuanto antes. Y, mientras la atención de los sitiados se concen
traba en los puntos amenazados de demolición, observó que la abertura abierta
en la muralla por la que penetraba en la ciudad el río, cuyo cauce estaba ahora