Page 284 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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280                 SUBLEVACION  EN  LA  SOGDIANA

         ataque contra los  escitas dio  por  resultado  que  Espitámenes  los  convenciese  de  la
         necesidad  de  prestarle  ayuda  abiertamente,  con  lo  cual  vinieron  a  engrosar  sus
         efectivos  seiscientos  de  aquellos  intrépidos  jinetes  nativos  de  la  estepa.  Así  forta­
         lecido,  salió al encuentro de los  macedonios en el límite  de la  zona  esteparia;  alli,
         sin  lanzar  un  ataque  formal  contra  ellos  ni  esperar  a  que  ellos  lo  iniciasen,  em­
         pezó  a  cercar  con  sus  jinetes  las  filas  cerradas  de  la  infantería  macedonia  y  a
         asaetearla desde cierta distancia,  escabullándose de la  caballería  macedonia  cuando
         ésta  se  lanzaba  sobre  él,  procurando  cansarla  con  sus  rápidas  fugas  y  renovando
         sus  ataques  por  un  punto  distinto  cada  vez.  Los  caballos  de  los  macedonios  esta­
         ban  agotados  por  las  violentas  marchas  y  la  falta  de  forraje  y  muchos  de  los
         hombres  de la  columna  expedicionaria  habían  caído  muertos  o  heridos;  Farnuces
         pidió  que los  tres  jefes  militares  asumiesen  el  mando,  puesto  que  él  no  era  sol­
         dado  y había  sido  enviado  más  bien  para  negociar  que  para  combatir,  pero  ellos
         se negaron a aceptar la responsabilidad  de  una expedición que podía  darse  ya  casi
         por fracasada.  Los  macedonios  empezaron a  retirarse  del  campo  raso  junto  al  río,
         para  ofrecer  resistencia  al  enemigo  desde  allí  y  a  cubierto  de  un  bosque.  Pero
         la  falta  de  unidad y de  mando hizo  fracasar la  última  posibilidad  de  salvación;  al
         llegar al río, Carano,  sin previo  aviso,  se  pasó  junto  a  Andrómaco  con  sus  jinetes;
         la  infantería,  dándolo  todo  por  perdido,  se  lanzó  precipitadamente  a  ganar  la
         otra  orilla.  Apenas  los  bárbaros  se  dieron  cuenta  de  esto,  acudieron  por  todas
         partes  sobre  el río y,  cerrando el  cerco  en  torno  a  él,  acosando  por  detrás,  presio­
         nando  por  los  flancos  y  rechazando  a  los  que  pugnaban  por  ganar  la  orilla,  sin
         encontrar  la  menor  resistencia,  fueron  empujando  a  los  macedonios  a  un  islote
         del río,  donde  remataron  a  lanzadas  al  resto  de  las  tropas  expedicionarias.  Pocos
         fueron los que cayeron prisioneros en manos del enemigo, y aun estos pagaron con
         la vida; la mayoría,  entre ellos los  jefes,  habían  caído  luchando;  sólo  consiguieron
         salvarse  cuarenta  jinetes y  trescientos  hombres  de  infantería.  Espitámenes  volvió
         inmediatamente a  Maracanda,  con  sus  escitas,  y  crecido  con la  gran  victoria  que
         acababa  de  ganar  y  apoyado  por  la  población,  puso  por  segunda  vez  sitio  a  la
         ciudad.
             Estas  infaustas  nuevas  obligaron  al  rey  a  ordenar  lo  más  aprisa  posible  sus
         relaciones  con los  pueblos  escitas  de  la  cuenca  del  Tanais.  Contento  de  poseer,
         con la  ciudad recién  fundada  junto  al  río,  además  de  una  atalaya  fronteriza,  una
         importante posición  para  futuras  empresas,  se puso  rápidamente  en  marcha  hacia
         el  valle  del  Sogd,  a  la  cabeza  de  la  infantería  ligera,  de  los  hipaspistas  y  de  la
         mitad de las hiparquías y seguido a cierta distancia por la mayor parte del ejército,
         conducido  p'or Crátero.  Doblando  las  marchas,  logró llegar  al  cúarto  día  delante
          de  Maracanda.  Ante  las  noticias  de  que  se  acercaba  Alejandro,  Espitámenes
          dióse  a  la  fuga.  El  rey  salió  en  su  persecución  y  hubo  de  pasar  por  aquel  lugar
          de  las  márgenes  del  río  que  los  cadáveres  de  los  guerreros  macedonios  revelaban
          como  escenario  del  desgraciado  combate;  detúvose  a  enterrar  los  muertos,  con
          toda  la  solemnidad  que  la  prisa  que  llevaba  permitía,  y  reanudó  la  persecución
          del  enemigo  fugitivo,  hasta  que  el  desierto,  que  se  extiende,  interminable,  hacia
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