Page 289 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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DESCANSO  EN  MARACANDA                   285



                     DESCANSO  EN   MARACANDA.  ASESINATO  DE  CLITO
          El  anciano  Artabazo  había  pedido  ser  relevado  del  servicio,  en  vista  de  lo
      cual  Alejandro  nombró  sátrapa  de  la  Bactriana  en  lugar  suyo  al  hiparca  Clito,  a
      quien  se  conocía  por  el  nombre  del  negro  Clito.  Grandes  cacerías  y  banquetes
      llenaban los  días  de  Maracanda.  Entre  los  banquetes,  celebróse  el  de  una  fiesta
      dionisíaca,  pero  el  rey,  en  vez  de  honrar  a  Dionisio,  festejó  a  los  Dióscuros;  el
      dios  sintióse  colérico  por ello,  habiendo  incurrido  el  rey,  por  tanto,  en  una  grave
      falta, y no porque no estuviese advertido; le habían enviado unos  pescados hermo­
      sísimos y había  invitado  a  Clito  a  comerlos  con  él;  Clito,  al  recibir la  invitación,
      había abandonado el sacrificio que en aquel momento se disponía a  efectuar,  para
      ir  corriendo  a  la  mesa  del  rey;  tres  ovejas  sangradas  ya  para  el  sacrificio  habían
      saltado  tras él;  aquello  era,  según Aristandro,  un  presagio  malísimo;  el  rey,  doble­
      mente preocupado  por  un  extraño  sueño  que había  tenido  la  última  noche,  y  en
      el  que  viera  a  Clito  vestido  de  negro  y  sentado  entre  los  hijos  ensangrentados
      de  Parmenión,  ordenó  que  se  hiciese  un  sacrificio  para  aplacar  a  los  dioses  con
      respecto a  Clito.
          Por la noche, según sigue diciendo el relato,  se  sentó Clito  a la  mesa del rey.
      Los comensales alababan las hazañas  de  Alejandro:  decían que  había  hecho  cosas
      más grandes que los  Dióscuros y que  ni  el  mismo  Heracles  podía  compararse  con
      él; que sólo la envidia hacía que no se le tributasen, por estar vivo aún, los  mismos
      honores  que  a  aquellos  héroes.  Clito  había  bebido  ya  mucho  y  el  vino  se  le
      había  subido  a  la  cabeza;  hacía  ya  mucho  tiempo  que  estaba  harto  del  ambiente
      persa  que  rodeaba  al  rey,  de  la  exagerada  admiración  que  mostraba  hacia  él  la
      gente  joven,  de  las  descaradas  adulaciones  de  los  sofistas  y  retóricos  helénicos,
      que  el  rey toleraba  en  su  presencia;  aquella  frivolidad  con  que  se  manejaban  los
      nombres de los  grandes héroes acabó  sacándole  de  quicio:  tomó la  palabra  y  dijo
      que  no  era  aquélla  la  mejor  manera  de  honrar  la  fama  del  rey,  que  sus  hazañas
      no  eran  tan  grandes  como  se  decía  y  que,  al  fin  y  al  cabo,  una  buena  parte  de
      la  gloria  pertenecía  a  los  macedonios.  Alejandro  escuchó  con  disgusto  aquellas
      palabras  despectivas en boca  de  un  hombre a  quien  él  había  encumbrado  por  en­
      cima de los demás,  pero se calló.  La  discusión  fué haciéndose  cada  vez  más  viva;
      se  habló  también  de  los  hechos  del  rey  Filipo;  y  cuando  los  aduladores  sostu­
      vieron  que  no  había  hecho  nada  grande  ni  digno  de  admiración  y  que  toda  su
      gloria  consistía  en  llamarse  el  padre  de  Alejandro,  Clito  no  pudo  contenerse  y
      saltó  a  defender  el  nombre  de  su  antiguo  rey,  pretendiendo  empequeñecer  la
      fama  de Alejandro,  ensalzándose  a  sí  mismo  y  a  los  viejos  estrategas,  recordando
      al viejo  Parmenión y a sus  hijos y  diciendo  que  envidiaba  a  todos  los  que  habían
      caído  peleando  o  habían  sido  ejecutados  antes  de  ver  a  los  macedonios  azotados
      con la vara de los medos e implorando  de los persas el  favor de pasar a ver al  rey.
          Algunos  de  los  viejos  estrategas  allí  presentes  se  pusieron  en  pie,  rechazaron
      las palabras  de  aquel  hombre  excitado  por  el  vino  y  la  indignación  e  intentaron
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