Page 291 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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LOS  ESCITAS  IRRUMPEN  EN  ZARIASPA           287

          Tal  es,  en  esencia,  el  relato  de  nuestras  fuentes;  los  datos  suministrados  por
      ellas  no  bastan  para  saber  a  ciencia  cierta  cómo  se  desarrollaron  realmente  estos
      espantosos  hechos,  y  menos  aún  para  deslindar  las  culpas  entre  el  asesino  y  el
      asesinado.  No  cabe  duda  de  que  la  furia  del  momento  empujó  al  rey  a  cometer
      un  hecho  horrendo,  pero  detrás  de  todo  aquello  había  algo  más  que  un  pleito
      personal:  en  la  persona  de  Clito  erguíase  ante  Alejandro,  por  vez  primera,  toda
      la  indignación  y  la  irritación  que  los  designios  y  los  actos  del  rey  provocaban
      en  aquellos  de  cuya  fuerza  y  lealtad  tenía  que  fiarse,  el  profundo  abismo  que
      le  separaba  de  la  sensibilidad  de  los  macedonios  y  de  los  helenos.  Se  arrepintió
      del asesinato  y sacrificó  a  los  dioses  para  lavar su  culpa;  lo  que  no  nos  dicen  los
      moralistas que le  condenan es  qué  otras  cosas,  además  de  ésas,  debió  hacer.


                         LOS  ESCITAS  IR R U M PEN   E N   ZARIASPA
          Mientras  esto  ocurría  en  Maracanda,  Espitámenes  hacía  un  nuevo  intento
      para  invadir  la  Bactriana.  Había  logrado  reclutar  entre  los  masagetas  a  cuyas
      tierras  había  ido  a  refugiarse  un  contingente  de  600  a  800  jinetes  y  habíase
      presentado  de  pronto,  a  la  cabeza  de  ellos,  delante  de  una  de  las  principales
      plazas  fuertes,  valiéndose  de  una  estratagema  para  hacer  salir  al  campo  a  su
      guarnición  y  asaltándola  por  medio  de  una  emboscada;  el  comandante  de  la
      plaza cayó en manos de los escitas, la mayoría de sus hombres murió en el combate
      y  él  fué  conducido  prisionero.  Crecido  por  este  éxito,  Espitámenes  presentóse
      algunos  días  después  delante  de  Zariaspa;  la  guarnición  de  esta  plaza,  reforzada
      por los antiguos enfermos, ya curados, la  mayoría de  ellos  hetairos de la  caballería
      macedonia,  parecía  demasiado  fuerte  para  que  los  asaltantes  se  atrevieran  a  ata­
      carla;  en  vista  de  ello,  los  masagetas  se  retiraron,  después  de  haber  saqueado  e
      incendiado  los  campos  y  las  aldeas  de  los  contornos.  Enterados  de  ello  Peitón,
      que regentaba la ciudad, y Aristónico, el citareda, llamaron a las armas a los ochen­
      ta  de  caballería  que  guardaban  la  plaza,  a  los  antiguos  enfermos  restablecidos
      y  a  los  muchachos  de  la  nobleza  y  salieron  ante  las  puertas  de  la  ciudad  para
      castigar a los  depredadores;  éstos  dejaron  abandonado  el  botín  y  lograron  escapar
      a  duras  penas;  muchos  de  ellos  fueron  hechos  prisioneros  y  degollados.  Cuando
      el  pequeño  contingente volvía  a  la  ciudad,  muy  contento  por lo  conseguido,  Es­
      pitámenes,  que  le  había  preparado  una  emboscada,  cayó  sobre  él  con  tal  violen­
      cia que los  macedonios  fueron arrollados y estuvieron a  punto  de  quedar  cortados
      de  la  ciudad.  Quedaron  sobre  el  campo  siete  de  los  hetairos  y  sesenta  mercena­
      rios;  uno  de  los  muertos  fué  el  citareda;  Peitón  cayó  en  manos  del  enemigo,
      herido  de  gravedad;  faltó  poco  para  que  la  ciudad  misma  pásara  a  poder  de  los
      asaltantes.  Crátero  fué  informado  sin  pérdida  de  momento  de  lo  que  sucedía,
      pero  los  escitas  no  esperaron  su  llegada,  sino  que  se  retiraron  hacia  el  oeste,
      engrosando a cada paso su contingente con nuevas fuerzas que se les incorporaban.
      Ya  al  borde  del  desierto,  los  alcanzó  Crátero  y se  entabló  un  tenaz combate;  por
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