Page 295 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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LAS  CIUDADELAS  DE  LOS  HIPARCAS             291

      fortaleza  hacer  una  salida  contra  sus  adversarios,  y  sus  tejados  protectores  ponían
      a  los  atacantes  a  salvo  de  los  proyectiles  disparados  desde  arriba.  Finalmente,
      los ejemplos anteriores llevaríanle al convencimiento de que era más  seguro  enten­
      derse con Alejandro que  dejar llegar las  cosas  hasta  el  último  extremo;  por  medio
      de  un  heraldo,  le  pidió  autorización  para  celebrar  una  entrevista  con  Oxiartes;
      esta  autorización  fué  concedida  y  Oxiartes  supo  disipar  en  su  antiguo  camarada
      de  luchas, las  últimas  dudas  que  aún  pudieran  quedarle.  Por  último,  Jorienes,
      rodeado  por  algunas  de  sus  gentes,  presentóse  ante  Alejandro,  quien  le  recibió
      con  grandes  muestras  de  atención  y  le  felicitó  por  haber  fiado  su  salvación  más
      bien  a  un  hombre  honesto  que  a  una  roca.  Lo  retuvo  a  su  lado  en  la  tienda
      de campaña y le rogó que enviase a algunos de sus acompañantes con el mensaje de
      que la  fortaleza  se había  rendido  a  los  macedonios  amistosamente  y  que  a  todos
      los  que  se  encontraban  en  ella  les  sería  perdonado  lo  sucedido.  Al  día  siguiente,
      el  rey,  acompañado  de  500  hipaspistas,  subió  a  la  ciudadela  para  inspeccionarla
      por  sus  propios  ojos;  admiró  la  fortaleza  del  lugar  y  rindió  justo  homenaje  de
      admiración  a  las  medidas  de  prudencia  y  a  todas  las  disposiciones  adoptadas  en
      previsión  de  un  largo  sitio.  Jorienes  se  comprometió  a  abastecer  de  víveres  al
      ejército durante dos meses e hizo que  de las abundantísimas  provisiones  de  la  ciu­
      dadela  se  distribuyese  pan,  vino  y  carne  salada  a  las  tropas  macedonias,  que­
      brantadas  por el  frío  y las  privaciones  de  los  últimos  días.
          Alejandro  devolvió  a  Jorienes  la  fortaleza  y  las  tierras  circundantes.  El  vol­
      vió con la mayor parte de su ejército a Bactra,  enviando a  Crátero,  con  600  hom­
      bres de caballería, su taxis y tres más, a la Paretacena, contra  Catanes y Haustanes,
      los  dos  únicos  sublevados  que  aún  resistían;  los  bárbaros  fueron  vencidos  en  un
       sangriento  combate:  Catanes  quedó  muerto,  Haustanes  fué  llevado  prisionero
       ante Alejandro  y el  país  obligado  a  someterse  al  vencedor;  poco  después,  Crátero
       y sus tropas se unían al rey en Bactra.
           Permítasenos  volver  aquí  sobre  una  observación  consignada  más  arriba  y
       que,  siendo  como  es  insegura,  sólo  tiene  la  pretensión  de  poner  de  relieve  un
       punto importante  para la  visión  de  conjunto.  Un escritor  de  una  época  posterior
       que trabajó sobre muy buenas  fuentes  recoge,  con motivo  del reparto  de  satrapías
       hecho  en  el  verano  del  año  326,  la  noticia  de  que  el  reino  de  Sogdiana  corres<-
       pondió  a  Oriopo,  no  por  herencia  paterna,  sino  por  haberselo  adjudicado  Ale­
       jandro,  aunque  después,  habiendo  perdido  Oropio  su  reino  por  haber  huido  de
       él  a  consecuencia  de  una  sublevación,  la  Sogdiana  fué  incorporada  a  la  satrapía
       de  la  Bactriana.  El  hecho  de  que  ningún  otro  escritor  diga  nada  de  esto  no  es
       razón bastante,  dado el estado de nuestra tradición, para  desechar la  noticia como
       falsa  o tomarla  con prevención.  Hoy ya  no  es  posible  saber  a  qué  nombre  corres­
       pondería  en  realidad  la  transcripción,  indudablemente  errónea,  de  Oriopo,  tal
       vez  a  uno  de  aquellos  grandes  indígenas  que,  después-de  una  brava  resistencia,
       sellaron las  paces  con Alejandro y se  mostraron leales a  él,  como  aquel  Jorienes  o
       como  Sisimitres,  de  quien  Curcio  dice  que  el  rey  le  devolvió  sus  dominios  y  le
       abrió  la  perspectiva  de  agrandarlos.
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