Page 300 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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296                IMPERIO  Y  CORTE  DE  ALEJANDRO

         obra  se  han  conservado  atestiguan  lo  mucho  que  le  veneraba;  hablando  de  aque­
         lla marcha a lo largo de la costa panfilia,  dice que las  olas  del mar se prosternaron
         ante  él  como  un  acto  de  prosquinesis;  y  antes  de  la  batalla  de  Gaugamela  pre­
         senta al rey alzando la  mano  a  los  dioses y exclamando:  si  en  verdad  era  hijo  de
         Zeus,  debían asistirle con  su ayuda y dar  el  triunfo  a  la  causa  helénica.  Su  eleva­
         da  cultura,  su  gran  talento  como  expositor,  su  actitud  equilibrada  daban  a  su
         palabra peso e influencia incluso en los círculos militares de la corte. Muy distinta
         de  la  suya  era  la  personalidad  de  Anaxarco  de  Abdera,  “el  eudemónico” :  éste
         era  un  hombre  mundano,  sumiso  siempre  al  rey  hasta  el  servilismo  y,  no  pocas
         veces,  hasta  lá  impertinencia;  dícese  que  un  día,  en  medio  de  una  tormenta,  se
         dirigió  a  Alejandro  con  estas  palabras:  “ ¿Truenas,  oh  hijo  de  Zeus?”,  a  lo  que
         el rey contestó:  “No me gusta  que  mis  amigos  me  tengan  por tan  pavoroso  como
         querrías  tú,  que  sientes  desprecio  de  mi  mesa  porque  en  ella  no  se  sirven,  en
         vez de pescados,  cabezas  de sátrapa”,  expresión empleada,  al  parecer,  por Anaxar­
         co  una  vez  que  vio  al  rey  comer  con  grandes  muestras  de  contento  un  plato  de
         pececillos  que  Efestión  le  había  enviado.  Podemos  imaginamos  en  qué  sentido
         estaría  redactada  su  obra  sobre la  monarquía  por  los  argumentos  con  que,  según
         se  cuenta,  intentaba  consolar  y  animar  al  rey  después  del  asesinato  de  Clito:
         “¿No  sabes,  oh  rey,  que  la  justicia  es  uno  de  los  atributos  del  rey  Zeus  porque
         todo lo  que  Zeus hace  es  bueno y justo?  Del  mismo  modo,  todo  lo  que  hace  un
         rey  en  este  mundo  debe  ser  considerado  como  justo,  primero  por  él  mismo  y
         luego por el resto de la humanidad.”
             No  es  posible  saber  cuándo  y  por  qué  motivos  empezaron  a  enfriarse  las
         relaciones  del  rey  con  Calístenes.  Refiérese  que  un  día,  estando  el  historiador
         invitado  a la  mesa  del rey,  éste le  invitó,  a la  hora  de  servirse  el  vino,  a  pronun­
         ciar  un  brindis  de  elogio  a  los  macedonios,  cosa  que  Calístenes  hizo  con  su  arte
         proverbial y entre los aplausos de la concurrencia. A lo que el rey dijo:  “Nada más
         fácil que elogiar lo elogiable”, añadiendo que si quería probar su arte debiera hablar
         en  contra  de los  mismos  macedonios  e  incitarlos  a  corregir  sus  vicios  por  medio
         de sus justas censuras.  El sofista  se levantó  e hizo lo  que  se le  pedía,  dando  a  sus
         palabras un tinte de áspera acritud. Dijo, entre  otras  cosas,  que el  poder de  Filipo
         y de Alejandro se había cimentado sobre las  tristes  discordias  de los  griegos  y  que
         en  medio  del  desconcierto  general  hasta  los  más  míseros  llegaban  a  veces  a  con­
         quistar  grandes  honores.  Al  oír  aquello,  los  macedonios  levantáronse,  indignados,
         y Alejandro dijo:  “El olintio no ha probado  su arte, sino el  odio  que siente contra
         nosotros” .  Y añade  el  relato  que  Calístenes  se  retiró  a  su  casa  y  dijo  tres  veces
         para  sí:  “ ¡También  Patroclo  tuvo  que  morir y  era  más  que  tú!”
             Nada  más natural  que la  práctica  de  Alejandro  de  recibir a  los  grandes  asiá­
         ticos  con  arreglo  al  ceremonial  de  la  corte  persa;  pero  también  era  natural  que
         ellos  Se  sintieran  vivamente  humillados  al  ver  que  los  helenos  y  macedonios  po­
         dían acercarse al rey sin someterse a las  mismas  formas  de acatamiento  y pleitesía
         ante  la  majestad.  Dada  la  posición  y  las  concepciones  de  Alejandro,  tenía  por
         fuerza  que  desear  que  esta  desigualdad  desapareciese  y  que  la  práctica  oriental
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