Page 305 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
P. 305

LA  INDIA                          301

      clima  tropical  de  la  India.  Pero  el  país  que  aquí  se  extiende  ante  la  vista  no  es
      todavía  la verdadera  India; los  cinco  brazos  del  Penchab,  las  inundaciones  de  los
      meses estivales, el ancho cinturón del desierto que se extiende al este y al sur hacen
       de  esta  región  occidental  de la  India  un  segundo  baluarte  defensivo  del  sagrado
       país  del Ganges;  parece  como  si  la  naturaleza  hubiese  querido  proteger a  un  país
       favorito de peligros,  después  de  abierto  un  camino  a  éstos.  Todo  lo  que  el  hindú
       conoce de sagrado y de grande va asociado al país  del Ganges;  allí es  donde  tienen
       su asiento la  antiquísima  fe  y  la  estricta  separación  de  castas,  nacidas  todas  ellas
       de  Brahma;  allí  es  donde  se  encuentran  los  lugares  sagrados  de  las  peregrina­
       ciones  y  el  río  de  las  aguas  santas.  Las  tribus  que  moran  al  oeste  del  desierto,
       aunque  afines  al  verdadero  hindú  por  su  sangre  y  su  fe,  se  han  desviado  de  la
       estricta pureza de la ley divina, no han rehuido el contacto con el mundo de fuera,
       no han  sabido  conservar la  dignidad  de  la  majestad  real,  ni la  pureza  de  las  cas­
       tas, ni el retraimiento contra los impuros y odiados extranjeros,  que son  condición,
       garantía y prueba  de la  vida  sagrada:  son  una  rama  degenerada  y  entregada  a  los
       extranjeros.
           Así  ocurría  ya  en  tiempo  de  Alejandro.  Los  pueblos  brahmánicos  de  raza
       aria,  por aquel  entonces  altamente  desarrollados  en  el  país  del  Ganges,  habíanse
       olvidado ya  de  que  también ellos  habían vivido  en  otro  tiempo  en  el  país  de  los
       “siete  ríos”,  de  que  también  ellos  habían  inmigrado  en  un  pasado  remotísimo
       por aquella  puerta  del  occidente,  y  los  nombres  de  sus  linajes  más  famosos  que
       se han conservado en las cuencas del Oxo y del Jaxartes son indicio de su estancia
       allí en siglos muy remotos. Siguiendo  sus  huellas,  otros pueblos  de lengua  y carác­
       ter  arios  emigraron  tras  ellos  hacia  la  India;  pero,  no  sintiéndose  demasiado
       fuertes  o  bastante  ambiciosos  para  grandes  aventuras,  prefirieron  no  seguir  ade­
       lante y quedarse con sus rebaños en los  pastos  de las montañas  cercanas  al  Cofen
       y  a  sus  afluentes  hasta  el  Indo.
           Más  tarde  hízose  fuerte  la  Asiría  y  conquistó,  partiendo  de  las  riberas  del
       Tigris,  las  vastas  tierras  bajas  de  la  Siria  y  la  altiplanicie  ariana;  pero,  según
       cuenta  la  leyenda,  Semiramis  vió  en  el  puente  tendido  sobre  el  Indo  cómo  los
       camellos  de  las  estepas  occidentales  huían  ante  los  elefantes  del  oriente  índico,
       y  no  quiso  seguir  adelante.  Vinieron  luego  los  medos  y  los  persas;  y  desde  el
       tiempo de  Ciro la  región  de  Gándara  formaba parte  del imperio  y los  gandarenos
       y otras  gentes  hindúes  alistábanse  en  los  ejércitos  persas  de  Jerjes;  y  Darío  envió
        desde  su  ciudad  de  Caspatiros  —probablemente,  Cabul—  a  un  hombre  helénico
       al  Indo  para  que  bajase  por  este  río  hasta  el  mar  y  retornase  luego  por  el  golfo
        Arábigo,  empresa  que  nos  permite  adivinar  cuán  vastos  eran  los  planes  del  gran
        rey;  pero  las  luchas  sostenidas  por  Persia  en  el  occidente  y  la  rápida  decadencia
        del  imperio  que  las  siguió  no  permitieron  que  estos  planes  llegaran  a  cumplirse.
            Jamás la  dominación  de los Aqueménidas  se  extendió  al  otro  lado  del  Indo.
        Las llanuras situadas al pie del Parapanisos,  donde moraban las ramas occidentales
        de la población hindú,  fueron el último  territorio  que los  grandes  reyes llegaron a
        dominar;  de  allí  procedían  los  elefantes  del  último  rey  persa,  los  primeros  ani­
   300   301   302   303   304   305   306   307   308   309   310