Page 287 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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SEGUNDA  SUBLEVAOION  DE  LOS  SOGDIANOS          283

     pias  campañas.  Alejandro estaba  ya  convencido,  por lo  que  él  mismo  había  visto
     y  por  los  informes  de  sus  embajadores,  de  que  el  océano,  con  el  que  todavía
     ahora  seguía  relacionando  directamente  al  mar  Caspio,  no  se  hallaba,  ni  mucho
     menos,  cerca  de  la  frontera  septentrional  del  imperio  persa  y  de  que  las  hordas
     escitas  poseían  extensiones  inmensas  de  territorio  hacia  el  norte,  por  lo  cual  era
     imposible extender las  fronteras  naturales  del  nuevo  imperio,  por este  lado,  hasta
      el  gran  mar.  En  cambio,  dábase  clara  cuenta  de  que  la  posesión  de  las  tierras
      bajas  colindantes era  condición  esencial  para llegar a  obtener la  sumisión  comple­
      ta  de la  altiplanicie  del  Irán,  que  constituía  su  objetivo  inmediato,  y  el  porvenir
      demostró  cuán  certeramente  consideraba  el  Eufrates  y  el  Tigris,  el  Oxo  y  el
      Jaxartes,  el  Indo  y el  Hidaspes  como  puntos  de  apoyo  para  su  dominación  sobre
      Persia y la Ariana.  Así,  pues,  contestó  al  rey  Farasmanes  que,  por  ahora,  no  era
      su  propósito  llegar  hasta  las  tierras  del  Ponto;  su  empresa  inmediata  sería  la  su­
      misión  de la  India;  luego,  una  vez  que  fuese  dueño  y  señor  del  Asia,  proponíase
      regresar  a  la  Hélade  y  penetrar  con  todo  su  poder  en  el  Ponto  Euxino  por  el
      Helesponto  y  el  Bosforo;  entonces  sería  llegada  la  ocasión  de  aceptar  las  ofertas
      que ahora le  hacía  el  rey  jorasmiano.  Por  el  momento  Alejandro  selló  con  él  un
      pacto  de amistad y alianza,  le  recomendó  encarecidamente  a  los  sátrapas  de  Bac­
      triana,  Partía  y Aria  y  le  despidió  con  grandes  muestras  de  benevolencia.


                       SEGUNDA  SUBLEVACIÓN  DE  LOS  SOGDIANOS
          Las  condiciones  no  consentían  aún,  ni  mucho  menos,  acometer  la  campaña
      índica.  Aunque  la  Sogdiana  había  sido  sometida  y  asolada,  el  brutal  castigo  im­
      puesto  por  Alejandro  a  aquel  desventurado  país,  lejos  de  haber  aquietado  los
      ánimos,  parecía  que,  después  de  un  breve  intervalo  de  aturdimiento,  iba  a  reper­
      cutir en un ataque  de  furia general;  los  habitantes  no  exterminados  habían  huido
      por millares  a  refugiarse en las  plazas  amuralladas,  en  las  montañas,  en  los  casti­
      llos  roqueros  en  que  se  hacían  fuertes  los  cabecillas  de  las  tierras  altas  y  de  las
      montañas  fronterizas  oxianas;  donde  quiera  que  la  naturaleza  brindaba  algún
      punto  de  apoyo  para  defenderse,  había  grandes  contingentes  de  fugitivos,  tanto
      más  peligrosos  cuanto  más  desesperada  era  su  causa.  Peucolao,  con  sus  tres  mil
      hombres,  no  acertaba  a  mantener  el  orden  ni  a  pacificar  las  tierras  llanas;  de
      todas  partes afluían masas  de gentes  ávidas  de levantarse en  armas,  y  sólo  faltaba
      el  jefe  dispuesto  a  acaudillarlas,  aprovechando  la  ausencia  de  Alejandro  y  de  su
      ejército.  Espitámenes,  que,  a  juzgar  por  el  ataque  del  Polimeto,  no  carecía  de
      talento  militar y  que  había  huido  al  país  de  los  masagetas,  no  parece  que  llegase
      a  tener  contactos  con  la  segunda  sublevación  de  los  sogdianos;  de  otro  modo
      sería  inconcebible  que  no  se  hubiese  apresurado  a  acudir  antes  con  sus  escitas
      a reforzar este movimiento.  El hecho  de  que Alejandro  dejara  que la  insurrección
       tomase  tan  grandes  vuelos  antes  de  decidirse  a  reprimirla,  indica  que,  por  el
      momento,  sus  fuerzas combatientes  no  le  permitían  ir a  buscar  a  las  montañas  a
       este  enemigo  audaz  y  numeroso,  para  aplastarlo  allí;  después  del  guarniciona-
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