Page 338 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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334 EN LAS MARGENES DEL HIFASIS
pectos y a pesar de que desde hace dos milenios se viene prestando a esta versión
un crédito absoluto.
Alejandro, dicen estas fuentes, había avanzado hasta el Hifasis con el pro
pósito de someter también el país situado del lado de allá de este río, pues enten
día que la guerra no habría terminado mientras quedase algún enemigo o algún
foco de hostilidad en él. En esto, se enteró de que al otro lado del Hifasis se ex
tendía un país rico habitado por un pueblo dedicado laboriosamente al cultivo
de la tierra, que manejaba valerosamente las armas y que gozaba de una constitu
ción ejemplar, pues los más nobles del país gobernaban al pueblo sin opresión ni
rivalidad alguna, y que los elefantes de guerra eran allí más poderosos, más salva
jes y más abundantes que en ninguna otra parte de la India. 'Todas estas noticias
eran, para Alejandro, otros tantos incentivos que le animaban a seguir adelante.
Pero no pensaban así los macedonios, que veían con preocupación cómo su rey
desafiaba los esfuerzos y los peligros, sin arredrarse ante nada; reuníanse en corri
llos en el campamento, murmuraban y maldecían de su triste suerte y, por fin,
confabuláronse para no seguir adelante, aunque Alejandro lo ordenase. Cuando
el rey se enteró de aquellos manejos, apresuróse a reunir a los “jefes de las taxis”,
antes de que la rebeldía y el desaliento de las tropas cobrasen mayores vuelos. “En
vista —les dijo— de que no querían seguir con él, animado por sus mismos senti
mientos, había decidido convocarlos para convencerlos de la conveniencia de se
guir marchando hacia adelante o para que ellos le convencieran a él de la necesi
dad de retomar; sí consideraban que lo conseguido hasta entonces peleando no
valía la pena y que su propia dirección era digna de censura, nada tenía que decir
les; en cuanto a él, no creía que el hombre de esforzado corazón luchase por otra
cosa que por la lucha misma; y si alguien quería saber cuál era la meta de sus expe
diciones, le diría que el Ganges y el mar del Oriente no estaban ya muy lejos; una
vez allí, mostraría a sus macedonios el camino del mar hacia la Hircania, hacia el
mar persa, hacia el desierto de Libia y hacia las Columnas de Hércules; las fronte-
ras que el dios había trazado a este mundo serían las fronteras del imperio mace-
donio; entre las tierras situadas al otro lado del Hifasis y el mar del Oriente que
daban todavía bastantes pueblos por someter, y desde allí hasta el mar de la
Hircania campaban todavía por sus respetos, libres e independientes, las hordas
de los escitas. ¿Acaso los macedonios se asustaban ante los peligros? ¿Acaso se
habían olvidado de su fama y de sus esperanzas? Un día, cuando hubiesen domi
nado el mundos los conduciría de nuevo a su patria, a Macedonia, cargados de
riquezas, de gloria, de recuerdos.”
Este discurso de Alejandro fué seguido -rezan los mismos relatos- de un
largo silencio; nadie se atrevía a contradecir al rey, nadie se decidía tampoco a
asentir a sus palabras; en vano instaba Alejandro a los reunidos a que dieran su
opinión, asegurándoles que escucharía sin enojo a quienes se hallaran en des
acuerdo con él. Nadie rompía el silencio. Por fin, levantóse Coino, hijo de Polemó-
crates, el estratega de la falange climiota, quien tantas veces se había cubierto de
gloria en las batallas, la última vez en la del Hidaspes, y dijo que ya que el rey