Page 334 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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330 COMBATES CONTRA LAS TRIBUS LIBRES
con dos falanges, su hiparquía y la de Demetrio y la mitad de los arqueros, para
recorrer en toda su extensión los dominios del príncipe fugitivo, someter las tri
bus situadas, sobre poco más o menos, entre el Hiarotis y el Acesines, fundar en
la margen izquierda de este río una ciudad y entregar todo el país a Poro, el
viejo. Después, Alejandro cruzó con el grueso del ejército aquel río, menos difícil
de atravesar, y penetró en el territorio de los llamados pueblos libres.
Es un hecho curioso, aunque basado en las peculiares condiciones naturales
del Pendchab, que en todos los siglos, si bien bajo nombres distintos cada vez, se
hayan formado y mantenido en estas tierras estados de tipo republicano, que
representan una anomalía abominable para el despotismo reinante en el resto de
Asia y para los hindúes ortodoxos del país del Ganges; éstos conocen a los habi
tantes del Pendchab por el nombres despectivo de arattas, los sin rey; y cuando
por acaso gobierna sobre ellos algún príncipe, no son príncipes de casta ni consa
grados como tales, sino simples usurpadores. Y no tendría nada de particular que
el mismo principado de Poro tuviese este carácter. Pero el intento de someter
a su dominación todas aquellas regiones de los “sin rey” se habían estrellado
contra la oposición de las aguerridas y poderosas tribus situadas más allá del
Hiarotis; para poder dominarlas fué necesario que viniesen en su ayuda las armas
europeas. Fueron pocas, entre ellas, las que se sometieron sin lucha; la mayoría
esperaron al enemigo con las armas en la mano; entre ellas, la de los cáteos o ca
tarlos, famosa como la más aguerrida del país y que no sólo estaba magníficamen
te preparada para la guerra, sino que además había llamado a las armas y conse
guido coaligar con ella a las otras tribus libres de los contornos.
Ante la noticia de aquellos preparativos guerreros, Alejandro marchó a sus
tierras en dirección este, cruzando por el territorio de los adraistas, que se some
tieron sin lucha. Al tercer día se acercaba a Sangala, capital de los cáteos; era
una ciudad de regular extensión y rodeada de fuertes murallas; por uno de los
lados hallábase protegida por un lago y en el otro se levantaba, a poca distancia
de las puertas de la ciudad, una colina que dominaba la llanura; los cáteos, en
unión de sus aliados, habían ocupado aquella colina con sus mejores fuerzas,
habían colocado sus carros de combate alrededor del cerro, formando un triple
cinturón defensivo y estaban acampados en el interior de aquel poderoso reduc
to; desde aquella posición inatacable, podían vigilar y paralizar rápidamente y
con grandes fuerzas los movimientos del enemigo. Alejandro dióse en seguida
cuenta de k> peligrosa que era para cualquier atacante aquella posición, que venía
a confirmar plenamente los informes sobre la audacia y la pericia guerrera de
aquel pueblo; de aquellos hombres podía esperarse cualquier sorpresa, cualquier
acto de intrepidez: razón de más para intentar cuanto antes algo decisivo en
contra de ellos.
Sin pérdida de momento, hizo que avanzasen los arqueros de a caballo para
hostilizar por todas partes al enemigo y evitar que hiciese una salida contra las
tropas, que no se hallaban aún formadas para el combate. Entre tanto, avanzaron
por el ala derecha la agema de la caballería y la hiparquía de Clito, los hipas-