Page 330 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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326                    BATALLA  DEL  HIDASPES

         príncipe  Espitaces,  al  igual  que  todos  los  jefes  de  la  infantería  y  de  la  caballería
         y todos los  conductores  de  elefantes y carros  de  combate;  tres  mil  caballos  y  más
         de cien elefantes quedaron tendidos en el campo de batalla,  cayendo en  manos  de
         los  vencedores  ochenta  elefantes.  El  rey  Poro,  después  de  ver  cómo  era  aplas­
         tado  su poder,  cómo  eran  dominados  sus  elefantes  y  cómo  su  ejército  estaba  cer­
         cado  y  en  completa  dispersión,  comprendió  que  todo  estaba  perdido  y  buscó  la
         muerte  en  el  combate;  durante  mucho  tiempo,  habiéndose  lanzado  a  los  puntos
         más  peligrosos,  le  protegieron  su  armadura  de  oro  y  las  precauciones  del  inteli­
         gente  y leal  elefante  que  montaba,  hasta  que,  por  fin,  le  hirió  una  flecha  en  el
         hombro  derecho;  incapaz  de  seguir  peleando  y  temeroso  de  caer  vivo  en  manos
         del  enemigo,  guió  a  su  bestia  para  que  saliese  de  la  refriega.  Alejandro  había
         visto  la  anciana  figura  del  rey  hindú,  descollando  por  encima  de  sus  tropas  en
         lo alto de su elefante ricamente enjaezado, en todas partes, ordenando y animando
         a su gente, no pocas veces en medio de lo más álgido  del combate;  lleno de  admi­
         ración hacia aquel valiente príncipe,  corrió  tras él  para  salvar su vida  en la  huida;
         de pronto,  su viejo y leal  caballo  de batalla,  “Bucéfalo”,  agotado  por la  durísima
         jornada,  cayó  entre  sus  piernas.  Envió  detrás  del  fugitivo  al  príncipe  de  Taxila;
         cuando  Poro vió  a  su  antiguo  enemigo,  hizo  que  la  bestia  que  montaba  volviese
         grupas  y,  haciendo  un  último  esfuerzo,  lanzó  su  jabalina  contra  el  príncipe,  y
         éste  sólo  pudo  esquivar  el  golpe  gracias  a  la  presteza  de  su  caballo.  Alejandro
         envió  en  su  busca  a  otros  hindúes,  entre  ellos  al  príncipe  Meroes,  que  en  otro
         tiempo  había  sido  amigo  del  rey  Poro.  Este,  agotado  por  la  mucha  sangre  que
         había  perdido  y  atormentado  por  una  sed  abrasadora,  escuchó  serenamente  al
         emisario;  luego,  el elefante  que  montaba  se  puso  de  rodillas  y lo  depositó  suave­
         mente en tierra con la trompa; bebió,  descansó  un poco y rogó al príncipe Meroes
         que  le llevase  a  donde  estaba  Alejandro.  Cuando  éste  lo  vió  venir,  salió  rápida­
         mente  a  su  encuentro,  acompañado  solamente  de  unos  cuantos  leales  suyos,  y
         admiró la belleza del anciano príncipe y el noble orgullo con que comparecía  ante
         él, a pesar de ser un vencido.  Cuentan las historias  que Alejandro,  después  de ha­
         berlo saludado, le preguntó cómo le gustaría verse  tratado.  “Como  un  rey”,  dicen
         que  contestó  Poro;  a  lo  cual  replicó  Alejandro:  “Así  lo  haré,  aunque  sólo  sea
         por  mi  propia  dignidad;  pide,  pues,  lo  que  desees  y  te  será  concedido”;  y  Poro:
         “No  tengo  nada  qué  decir,  pues  en  mi  respuesta  de  antes  está  dicho  todo” .
             Alejandro se comportó con el vencido como un rey con otro rey; y su magna­
         nimidad  era  la  más  sabia  política.  La  finalidad  de  aquella  campaña  no  era,  ni
         mucho  menos,  el  conquistar' la  dominación  directa  sobre  la  India.  Alejandro  no
         podía  proponerse  convertir  repentinamente  en  miembros  de  su  imperio  macedo-
         nio-persa  a  pueblos  como aquéllos,  cuyo  elevado  y  peculiar  desarrollo  se  le  hacía
         cada vez  más patente,  conforme  iba  penetrando  en  ellos.  A  lo  que  parece,  el  de­
         signio de la  política  de Alejandro  en  la  India  no  era  otro  que  el  de  ser  dueño  y
         soberano  de  todo  el  territorio  hasta  el  Indo,  y  del  Indo  para  allá  conseguir
         la supremacía política decisiva y asegurar allí a la vida y a la cultura helénicas  una
         influencia  tal  que  a  la  vuelta  del  tiempo  pudiera  llegar  a  pensarse,  incluso,  en
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