Page 335 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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COMBATES CONTRA LAS TRIBUS LIBRES 331
pistas y los agríanos y por el ala izquierda las falanges y la hiparquía de Pérdicas,
que conducía esta ala; los arqueros fueron distribuidos entre las dos alas.* Cuando
las tropas estaban formadas y empezaban a marchar en orden de batalla, llegó
la retaguardia del ejército; sus jinetes fueron distribuidos entre los dos flancos
y la infantería se empleó en hacer todavía más densas las filas de la falange. Ale
jandro empezaba ya a atacar; había notado que hacia la parte izquierda del ene
migo eran menos apretadas las hileras de carros de combate y el terreno más
libre; confiaba en que por medio de un violento ataque de caballería contra
aquel punto débil podría obligar al enemigo a hacer una salida y que con ello se
abriría una brecha en el reducto. Se lanzó, pues, contra aquel punto a la cabeza
de sus dos hiparquías; pero los carros, enemigos permanecieron inmóviles, en
hileras apretadas, y una granizada de dardos y jabalinas recibió a los jinetes ma
cedonios, que no eran, naturalmente, el arma adecuada para tomar por asalto
aquella posición, así defendida. Alejandro se bajó del caballo, se puso a la cabeza
de la infantería, que ya avanzaba, y la condujo a paso de carga. Los hindúes fueron
rechazados sin gran esfuerzo; se replegaron sobre el segundo parapeto de carros,
donde, siendo más reducido el círculo que habían de defender, formaban filas
más compactas y podían luchar con mejor éxito; para los macedonios, el ataque
era ahora doblemente difícil, puesto que, ante todo, tenían que retirar los carros
y restos de carros del cinturón defensivo ya desalojado, para luego deslizarse por
entre ellos en grupos sueltos; trabóse un combate encarnizadísimo, en que la
bravura de los macedonios fué puesta a prueba contra un enemigo extraordina
riamente ducho en las artes de la guerra y que peleaba, además, con tremendo
coraje. Pero, al ser roto también el segundo cinturón defensivo, los cáteos deses
peraron de poder hacerse fuertes en el tercero contra unos atacantes tan temibles
como aquéllos y abandonaron su reducto para correr a defenderse detrás de las
murallas de la ciudad.
Aquel mismo día, Alejandro rodeó la ciudad con su infantería por todas
partes menos una, aquélla en que se hallaba el lago, el cual no era, por cierto,
muy profundo; éste mandó cercarlo con las fuerzas de caballería. Creía que los
cáteos, desconcertados por el resultado del combate anterior, intentarían huir
de la ciudad al amparo de la noche a través del lago. Sus sospechas eran funda
das. Como a la hora de la segunda guardia nocturna, los centinelas montados
observaron que se descolgaban por las murallas de la ciudad grandes cantidades
de hombres, que poco después vadeaban el lago e intentaban ganar la orilla para
huir. Fueron rechazados por la caballería y exterminados: los demás replegáronse
sobre la ciudad, dando gritos. El resto de la noche transcurrió tranquilo.
A la mañana siguiente, Alejandro ordenó que comenzasen los trabajos de
sitio; se tendió un doble cordón de fuerzas alrededor de la muralla hasta el lago,
rodeado por una doble línea de puestos de vigilancia; se montaron los techos
protectores y los arietes empezaron a descargar sus golpes sobre la muralla para
abrir brecha. En esto, unos desertores salidos de la ciudad trajeron la noticia de
que los sitiados se proponían intentar una salida durante la noche siguiente; trata-