Page 259 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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Prater que demostraba que Pitágoras iniciaba a sus candidatos mediante una fórmula

  determinada que estaba oculta en las letras de su propio nombre. Esto explicaría por
  qué se reverenciaba tanto la palabra «Pitágoras».

       A la muerte de Pitágoras, su escuela se fue desintegrando poco a poco, aunque los

  que sacaron provecho de sus enseñanzas veneraban la memoria del gran filósofo, del

  mismo modo en que, durante su vida, lo habían reverenciado a él. Con el paso del
  tiempo,  Pitágoras  llegó  a  ser  considerado  un  dios,  más  que  un  hombre,  y  sus

  discípulos  dispersos  estaban  unidos  por  su  admiración  común  hacia  el  genio

  trascendente  de  su  maestro.  Édouard  Schuré,  en  Pythagoras  and  the  Delphic

  Mysteries, relata el siguiente episodio como ejemplo del vínculo de hermandad que
  unía a los miembros de la escuela pitagórica: Uno de ellos, que había caído enfermo y

  estaba  sumido  en  la  pobreza,  fue  alojado  amablemente  por  un  posadero.  Antes  de

  morir,  dibujó  unos  cuantos  signos  misteriosos  (seguramente,  el  pentáculo)  sobre  la
  puerta de la posada y dijo al dueño: «No os preocupéis, que alguno de mis hermanos

  saldará  mis  deudas».  Al  cabo  de  un  año  pasó  por  allí  un  desconocido  que  vio  los

  signos  y  le  dijo  al  dueño:  «Soy  pitagórico  y  aquí  murió  uno  de  mis  hermanos;
  decidme cuánto os debo en su nombre».

       Frank C. Higgins, del grado 32, ofrece a continuación un compendio excelente de

  los  principios  pitagóricos:  Las  enseñanzas  de  Pitágoras  son  de  trascendental

  importancia para los masones, puesto que son el fruto necesario de su contacto con
  los  filósofos  más  destacados  de  todo  el  mundo  civilizado  de  su  época  y  deben  de

  representar aquello en lo que todos estaban de acuerdo, despojado de toda la cizaña de

  la controversia. Por eso, la postura decidida de Pitágoras en defensa del monoteísmo

  puro es prueba suficiente de que la tradición en cuanto a que la unidad de Dios era el
  secreto supremo de todas las instituciones antiguas es totalmente correcta. La escuela

  filosófica de Pitágoras era, en cierta medida, también una serie de iniciaciones porque

  hacía  pasar  a  sus  discípulos  por  una  serie  de  grados  y  jamás  les  permitía  estar  en
  contacto  directo  con  él  hasta  que  alcanzaban  los  grados  superiores.  Según  sus

  biógrafos,  los  grados  eran  tres.  El  primero,  el  de  —si  la  masonería  se  inculcara  de

  forma adecuada— la base sobre la cual se erigía todo el resto del conocimiento. En

  segundo  lugar,  estaba  el  grado  de  «Theoreticus»,  que  se  refería  a  las  aplicaciones
  superficiales de las ciencias exactas, y, por último, el grado de «Electus», que permitía

  al candidato adelantarse hasta alcanzar la luz de la máxima iluminación que era capaz

  de absorber. Los discípulos de la escuela pitagórica se clasificaban en «exoterici», o

  discípulos de grados externos, y «esoterici», cuando habían superado el tercer grado
  de iniciación y tenían derecho a acceder a la sabiduría secreta. El silencio, el secreto y
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