Page 334 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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ritmo. De esto estaba firmemente convencido y coincidía con Damón de Atenas, el

  maestro de música de Sócrates, en que introducir una escala nueva y supuestamente
  debilitante  pondría  en  peligro  el  futuro  de  toda  una  nación  y  en  que  era  imposible

  alterar  una  tonalidad  sin  sacudir  hasta  los  cimientos  mismos  del  Estado.  Platón

  afirmaba que la música que ennoblecía la mente era mucho más elevada que la que se

  limitaba a apelar a los sentidos e insistía con firmeza en que la Asamblea Legislativa
  tenía  la  obligación  primordial  de  reprimir  cualquier  música  que  tuviera  un  carácter

  afeminado y lascivo y de fomentar solo la que fuera pura y digna, y también en que

  las  melodías  atrevidas  y  enardecedoras  eran  para  los  hombres  y  las  suaves  y

  tranquilizadoras  para  las  mujeres,  con  lo  cual  resulta  evidente  que  la  música
  desempeñaba  un  papel  importante  en  la  educación  de  la  juventud  griega.  También

  había que poner muchísimo cuidado en la elección de la música instrumental, porque

  la  falta  de  palabras  hacía  dudoso  su  significado  y  costaba  prever  si  tendría  en  las
  personas una influencia benévola o funesta. Había que tratar el gusto popular, al que

  siempre hacían gracia los efectos sensuales y rimbombantes, con el desprecio que se

  merecía».    [72]

       Incluso hoy, la música militar que se utiliza en tiempos de guerra tiene un efecto

  certero  y  la  música  religiosa,  aunque  ya  no  se  componga  de  acuerdo  con  la  teoría
  antigua, sigue ejerciendo una influencia profunda en las emociones de los laicos.





  La música de las esferas



  La  más  sublime  y,  sin  embargo,  la  menos  conocida  de  todas  las  especulaciones

  pitagóricas era la de la armonía sideral. Decían que Pitágoras era el único hombre que

  oía  la  música  de  las  esferas.  Parece  que  los  caldeos  fueron  el  primer  pueblo  que
  concibió  que  los  cuerpos  celestes  se  unían  en  un  canto  cósmico  mientras  se

  desplazaban  majestuosamente  por  el  cielo.  Job  describe  una  época  en  la  que  «las

  estrellas matutinas cantaban juntas» y, en El mercader de Venecia, el autor de las obras
  de Shakespeare escribe lo siguiente: «Ni el astro más pequeño que veas en el cielo

  deja de imitar al moverse el canto de los ángeles». Sin embargo, es tan poco lo que se

  conserva  del  sistema  pitagórico  de  música  celestial  que  solo  se  puede  conocer  una

  aproximación a su teoría.
       Pitágoras  concebía  el  universo  como  un  monocordio  inmenso,  con  su  única

  cuerda conectada por el extremo superior con el espíritu puro y por el inferior con la

  materia  pura;  en  otras  palabras,  una  cuerda  extendida  entre  el  cielo  y  la  tierra.
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