Page 391 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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evidente de la presencia del fuego solar y por eso se aceptaba la uva como símbolo
adecuado del espíritu solar, el dador del entusiasmo divino. De forma bastante similar,
los cristianos aceptan el vino como símbolo de la sangre de Cristo y lo beben en la
santísima comunión. Cristo, el emblema exotérico del espíritu solar, dijo: «Yo soy la
vid». Por eso lo adoraban con el vino del éxtasis, como a sus prototipos paganos:
Baco. Dioniso, Atis y Adonis.
A la Mandragora officinarum, o mandrágora, se le atribuyen unos poderes
mágicos de lo más extraordinarios. Los griegos reconocían sus propiedades narcóticas
y la utilizaban para aliviar el dolor durante las intervenciones quirúrgicas; también se
la ha identificado con la baaras, la planta mística que los judíos utilizaban para
expulsar a los demonios. En Las guerras de los judíos, Flavio Josefo describe el
método para obtener la baaras, que, según él, emite relámpagos y destruye a todos los
que pretenden tocarla, a menos que sigan determinadas reglas, formuladas,
supuestamente, por el mismísimo rey Salomón.
Por sus propiedades ocultas, muy poco conocidas, la mandrágora se ha utilizado
como un talismán que puede incrementar el valor o la cantidad de todo aquello con lo
que se asocie. Como amuleto fálico, se consideraba una cura infalible para la
esterilidad. Era uno de los símbolos de Príapo, de cuya adoración se acusaba a los
Caballeros Templarios. La raíz de la planta se parece mucho al cuerpo humano y a
menudo mostraba el contorno de la cabeza, los brazos o las piernas. Esta notable
similitud entre el cuerpo humano y la mandrágora es uno de los enigmas de la ciencia
natural y el verdadero fundamento de la veneración que se tenía por esta planta. En
Isis sin velo, la señora Blavatsky destaca que la mandrágora parece ocupar en la tierra
el punto en el que se unen el reino vegetal y el animal, como ocurre en el mar con los
zoófitos y los pólipos. Este concepto abre un amplio campo de especulación acerca de
la naturaleza de esta planta de aspecto animal.
Según una superstición popular, la mandrágora se encogía cuando la tocaban y
gritaba con voz humana, aferrándose con desesperación al suelo al que estaba fijada.
Quienquiera que oyera su grito al arrancarla moría de inmediato o se volvía loco. Para
evitar semejante tragedia, lo habitual era excavar alrededor de las raíces de la
mandrágora hasta aflojar bien la planta y después atar un extremo de una cuerda en
tomo al tallo y el otro extremo a un perro, que, al obedecer a la llamada de su amo,
arrancaba la raíz de la tierra y se convertía así en víctima de la maldición de la
mandrágora. Una vez desarraigada, la planta se podía manipular sin inconvenientes.