Page 644 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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Dios entre los galos, envía salud”. A continuación, estaba llena de grandes
imprecaciones y maldiciones —se repetía a menudo la palabra maran atha— contra
quienquiera que leyera lo que estaba escrito, a menos que fuera un escriba o un
religioso ofreciendo un sacrificio.
»El que me vendió aquel libro no sabía lo que valía, ni yo tampoco, en el
momento de comprarlo. Pensé que había sido robado o sustraído a los pobres judíos
o hallado en alguna parte del lugar antiguo en el que moraban. Dentro del libro, en la
segunda hoja, él consolaba a su pueblo, le aconsejaba que evitara los vicios y, sobre
todo, la idolatría y que esperara con dulce paciencia la llegada del Mesías, que
derrotaría a todos los reyes de la tierra y reinaría con Su pueblo lleno de gloria y por
toda la eternidad. No cabe duda de que se trataba de un hombre muy sabio y
comprensivo.
»En la tercera hoja y en todas las demás que llevan algo escrito, para ayudar a su
pueblo cautivo a pagar los tributos a los emperadores romanos y a hacer otras cosas
de las que no hablaré, les enseñaba en palabras corrientes la transmutación de los
metales: pintó los recipientes por los lados y les reveló los colores y todo lo demás,
salvo el primer agente, del cual no dijo ni una palabra, pero solo —como dijo— en la
cuarta y la quinta hoja lo pintó entero y lo representó con muchísima astucia y esmero,
de tal modo que, aunque estaba representado y pintado bien y de forma inteligible, no
pudiera comprenderlo jamás nadie que no fuera experto en su Cábala, que se
transmite por tradición, y que no hubiera estudiado a fondo sus libros.
»Por consiguiente, la cuarta y la quinta hoja no llevaban nada escrito, sino que
estaban totalmente llenas de hermosas figuras iluminadas, o como si estuviesen
iluminadas, porque el trabajo era exquisito. Primero pintó a un joven con alas en los
tobillos, que tenía en la mano un caduceo con dos serpientes enroscadas, con el cual
golpeó un casco que le cubría la cabeza. Según mi escaso entendimiento, parecía el
dios pagano Mercurio; hacia él se dirigía corriendo y volando con las alas desplegadas
un anciano de gran tamaño que llevaba un reloj de arena sujeto sobre la cabeza y en la
mano un libro (o una guadaña), como la muerte, con el cual, de forma terrible y
furiosa, habría arrancado los pies de Mercurio. Del otro lado de la cuarta hoja pintó
una hermosa flor en lo alto de una montaña muy alta y muy castigada por el viento
norte: tenía el pie azul, las flores blancas y rojas, las hojas brillantes como el oro puro
y a su alrededor hacían sus nidos y sus moradas los dragones y los grifos
septentrionales.
»En la quinta hoja había un hermoso rosal florecido en medio de un jardín
agradable, que trepaba por un roble hueco, a cuyos pies hervía una fuente de agua