Page 869 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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Tigres,  los  de  Xibalbá  exclamaron:  «¿A  qué  raza  pertenecen?»,  porque  no

  comprendían  cómo  era  posible  que  alguien  se  librara  de  la  furia  de  los  tigres.
  Entonces los príncipes de Xibalbá prepararon para los dos hermanos otra prueba.

       La  sexta  prueba  consistía  en  permanecer  en  la  Casa  del  Fuego  desde  la  puesta

  hasta  la  salida  del  sol.  Hunahpú  y  Xbalanqué  entraron  en  un  aposento  enorme

  dispuesto como un horno. Por todos lados surgían las llamas y el aire era sofocante:
  hacía tanto calor que los que entraban en la cámara solo sobrevivían unos momentos.

  Sin  embargo,  al  amanecer,  cuando  se  abrieron  las  puertas  del  horno,  Hunahpú  y

  Xbalanqué  salieron  sin  que  la  furia  de  las  llamas  los  hubiese  chamuscado.  Los

  príncipes de Xibalbá, al ver que aquellos dos jóvenes intrépidos habían sobrevivido a
  todas  las  pruebas  que  habían  preparado  para  destruirlos,  temieron  que  todos  los

  secretos  de  Xibalbá  cayeran  en  manos  de  Hunahpú  y  Xbalanqué,  de  modo  que

  prepararon la última prueba, más terrible aún que todas las anteriores, seguros de que
  los jóvenes no resistirían aquella experiencia crucial.

       La séptima prueba tuvo lugar en la Casa de los Murciélagos, donde, en un oscuro

  laberinto  subterráneo,  acechaban  numerosas  criaturas  destructivas  extrañas  y
  detestables. Murciélagos inmensos aleteaban con tristeza por los corredores y colgaban

  con las alas plegadas de las esculturas de las paredes y los techos Allí también vivía

  Camazotz,  el  Dios  Murciélago,  un  monstruo  horrible  con  cuerpo  humano  y  alas  y

  cabeza  de  murciélago.  Camazotz  llevaba  una  gran  espada  y,  elevándose  en  la
  penumbra, decapitaba de un solo golpe de su hoja a los que vagaban desprevenidos

  tratando de atravesar aquellas cámaras aterradoras. Xbalanqué logró superar aquella

  prueba espantosa, pero Camazotz pilló a Hunahpú por sorpresa y le cortó la cabeza.

       Posteriormente, Hunahpú recuperó la vida gracias a la magia y los dos hermanos,
  después  de  frustrar  todos  los  intentos  de  acabar  con  su  vida  que  hicieron  los  de

  Xibalbá,  para  vengar  mejor  el  asesinato  de  Hun  Hunahpú  y  Vucub  Hunahpú,  se

  dejaron  quemar  en  una  pira  funeraria.  Entonces,  sus  huesos  pulverizados  fueron
  arrojados  a  un  río  y  de  inmediato  se  convirtieron  en  dos  grandes  peces-hombres.

  Posteriormente  cobraron  la  forma  de  unos  ancianos  vagabundos,  bailaron  para  los

  habitantes de Xibalbá e hicieron extraños milagros. Por ejemplo, podían cortarse el

  uno al otro en pedazos y después, con una sola palabra, resucitarse, o quemaban casas
  por arte de magia y a continuación, en un instante, las reconstruían. La fama de los

  dos bailarines —en realidad se trataba de Hunahpú y Xbalanqué— finalmente llegó a

  oídos  de  los  doce  príncipes  de  Xibalbá,  que,  acto  seguido,  quisieron  que  los  dos

  taumaturgos hicieran sus extrañas proezas frente a ellos. Hunahpú y Xbalanqué dieron
  muerte al perro de los príncipes y le devolvieron la vida, incendiaron el palacio real y
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