Page 866 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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hablar del maravilloso árbol de las calabazas y, como desea poseer uno de sus frutos,
viaja sola hasta el lugar sombrío en el que crece. Cuando Xquiq alarga la mano para
coger el fruto del árbol, le cae encima un poco de saliva de la boca de Hun Hunahpú y
la cabeza le habla y le dice: «Esta saliva y espuma es mi posteridad, que acabo de
entregarte. Mi cabeza ya no volverá a hablar, porque no es más que la cabeza de un
cadáver, que no tiene más carne».
Siguiendo las recomendaciones de Hun Hunahpú, la joven regresa a su casa.
Cuando su padre, Cuchumaquiq, descubre que está a punto de ser madre, le pregunta
quién es el padre de su hijo. Xquiq le responde que engendró al niño mientras miraba
la cabeza de Hun Hunahpú en el árbol de las calabazas y que no había conocido
hombre alguno. Cuchumaquiq se niega a creer su historia y, a instancias de los
príncipes de Xibalbá, pide el corazón de su hija en una urna. Cuando sus verdugos la
van a buscar, Xquiq les suplica que le perdonen la vida; ellos acceden y sustituyen su
corazón por el fruto de cierto árbol (el caucho), cuya resina es roja y tiene la
consistencia de la sangre. Cuando los príncipes de Xibalbá pusieron el supuesto
corazón sobre las brasas del altar para que se consumiera, todos quedaron atónitos por
el perfume que emanaba de él, porque nadie sabía que estaban quemando el fruto de
una planta aromática.
Xquiq dio a luz a gemelos, que recibieron los nombres de Hunahpú y Xbalanqué y
dedicaron sus vidas a vengar la muerte de Hun Hunahpú y la de Vucub Hunahpú.
Pasaron los años y los dos muchachos se convirtieron en adultos y hacían grandes
cosas. Destacaban en particular en cierto juego llamado tenis, aunque algo parecido al
hockey. Al oír hablar de la destreza de los jóvenes, los príncipes de Xibalbá
preguntaron: «¿Quiénes son estos que otra vez comienzan a jugar sobre nuestra cabeza
y que no vacilan en sacudir (la tierra)? ¿Acaso no han muerto Hun Hunahpú y Vucub
Hunahpú, los que querían elevarse a sí mismos delante de nuestras narices?». Conque
los príncipes de Xibalbá mandaron a buscar a los dos jóvenes, Hunahpú y Xbalanqué,
para poder destruirlos también en los siete días de los Misterios. Antes de partir, los
dos hermanos se despidieron de su abuela y cada uno plantó en el medio de la casa
una caña y le dijo que, mientras la planta viviera, ellos estañan vivos. «Oh, abuela
nuestra, oh, madre nuestra, no lloréis: observad la señal de nuestra palabra que queda
con vosotras» Hunahpú y Xbalanqué partieron entonces, cada uno con su sabarcan
(cerbatana), y durante muchos días recorrieron el camino peligroso, descendieron por
barrancos tortuosos y caminaron junto a precipicios escarpados y pasaron junto a
extrañas aves y manantiales hirviendo, hacia el santuario de Xibalbá.
Las duras pruebas de los Misterios de Xibalbá en realidad eran siete. A título