Page 865 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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que las civilizaciones posteriores de América Central y del Sur estuvieron totalmente

  dominadas  por  la  magia  negra  de  su  clase  sacerdotal.  En  las  convexidades  de  sus
  espejos  magnetizados,  los  hechiceros  indios  captaban  la  inteligencia  de  los  seres

  elementales  y,  mirando  fijamente  el  fondo  de  aquellos  dispositivos  espantosos,

  acabaron por subordinar el cetro a la varita mágica. En su búsqueda de la verdad, los

  neófitos,  vestidos  con  prendas  de  color  negro  azabache,  eran  conducidos  por  sus
  guías  torvos  a  través  de  los  pasillos  confusos  de  la  nigromancia.  Por  el  camino

  siniestro  descendían  a  las  profundidades  sombrías  del  mundo  infernal,  donde

  aprendían a dotar a las piedras del poder del habla y a atrapar sutilmente la mente de

  los  hombres  con  sus  salmodias  y  sus  fetiches  Una  de  las  típicas  perversiones
  predominantes  era  que  nadie  podía  acceder  a  los  Misterios  mayores  mientras  no

  hubiese inmolado con sus propias manos a un ser humano y no hubiese elevado el

  corazón  sangrante  de  la  víctima  hasta  el  rostro  provocador  del  ídolo  de  piedra
  fabricado por una clase sacerdotal cuyos miembros eran más conscientes de lo que

  osaban reconocer de la verdadera naturaleza del demonio creado por el hombre. Es

  posible  que  los  ritos  sanguinarios  e  indescriptibles  que  practicaban  muchos  de  los
  indios de América Central representasen vestigios de la perversión, por parte de los

  últimos atlantes, de los antiguos Misterios del sol. Según la tradición secreta, durante

  la época atlante tardía la magia negra y la hechicería dominaron las escuelas esotéricas,

  lo  cual  trajo  como  consecuencia  los  sangrientos  ritos  expiatorios  y  la  idolatría
  horripilante  que  acabaron  por  derrocar  al  imperio  atlante  y  hasta  llegaron  a

  introducirse en el mundo religioso ario.





  Los misterios de Xibalbá



  Los  príncipes  de  Xibalbá  —así  lo  cuenta  el  Popol  Vuh—  enviaron  a  sus  cuatro

  lechuzas a Hun Hunahpú y a Vucub Hunahpú con la orden de que se presentaran de

  inmediato en el lugar de iniciación, situado en lo más recóndito de las montañas de
  Guatemala. Al no poder superar las pruebas a las que los sometieron los príncipes, los

  dos hermanos —según la antigua costumbre— pagaron su deficiencia con la vida. Los

  enterraron juntos, pero colocaron la cabeza de Hun Hunahpú entre las ramas del árbol
  sagrado  de  las  calabazas  que  crecía  en  medio  del  camino  que  conducía  a  los

  espantosos Misterios de Xibalbá. El árbol se llenó de frutos de inmediato y la cabeza

  de Hun Hunahpú «se perdió de vista, porque se mezcló con los demás frutos del árbol

  de las calabazas». Xquiq era una doncella, hija del príncipe Cuchumaquiq, al que oye
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