Page 411 - Dune
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enamorados, un ritmo parecido al chirriar de las dunas bajo sus pies:



               Háblame de tus ojos,
               Y te hablaré de tu corazón.
               Háblame de tus pies,

               Y te hablaré de tus manos.
               Háblame de tu sueño,
               Y te hablaré de tu despertar.

               Háblame de tus deseos,
               Y te hablaré de tu sed.



               En otra tienda, alguien, había pulsado un baliset. Y entonces había pensado en

           Gurney Halleck. Recordando aquel instrumento familiar, había pensado en Gurney,
           cuyo rostro había entrevisto una vez en un grupo de contrabandistas, pero sin que el
           rostro le hubiera visto a él, o no hubiera querido verle, temeroso de que se iniciara
           nuevamente  la  caza  por  parte  de  los  Harkonnen  del  hijo  del  Duque  al  que  habían

           matado.
               Pero el estilo del que tocaba en mitad de la noche, el delicado pulsar de aquellos

           dedos en las cuerdas del baliset, despertaron el nombre del músico en la memoria de
           Paul. Era Chatt el Saltador, capitán de los Fedaykin, jefe de los comandos suicidas
           que velaban por Muad’Dib.
               Estamos en el desierto, recordó Paul. Estamos en el erg central, más allá de las

           patrullas  Harkonnen.  Estoy  aquí  para  caminar  por  la  arena,  atraer  al  hacedor  y
           cabalgarlo gracias a mi astucia, probando así que soy enteramente un Fremen.

               Sintió la pistola maula y el crys en su cintura. Percibió el silencio a su alrededor.
               Era  aquel  silencio  particular  que  precede  a  la  mañana,  cuando  los  pájaros
           nocturnos ya se han retirado y las criaturas diurnas no han anunciado aún su despertar

           a su enemigo, el sol.
               —Debes cabalgar por la arena a la luz del día, para que Shai-Hulud vea y sepa
           que no tienes miedo —le había dicho Stilgar—. Así que daremos la vuelta a nuestro

           tiempo y dormiremos esta noche.
               Lentamente, Paul se sentó, notando su destiltraje lacio alrededor de su cuerpo, la
           tienda como una sombra. Se movió silenciosamente, pero Chani le oyó.

               Habló desde la oscuridad de la tienda, otra sombra entre las sombras.
               —Aún no es totalmente de día, amor mío.
               —Sihaya —dijo él, hablando con una sonrisa en su voz.

               —Me llamas tu primavera del desierto —dijo ella—, pero hoy seré tu aguijón.
           Soy la sayyadina, que vela porque los ritos sean cumplidos.
               Paul comenzó a ajustarse su destiltraje.




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