Page 412 - Dune
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—Una  vez  me  dijiste  las  palabras  del  Kitab  al-Ibar  —dijo—.  Me  dijiste:  «La
           mujer es tu campo, así que ve a tu campo y cultívalo».
               —Soy la madre de tu primogénito —dijo ella.

               La vio en la penumbra gris, imitando sus movimientos, ajustando su destiltraje
           para el desierto.
               —Tendrías que descansar todo lo que pudieras —dijo ella.

               Sintió el amor en sus palabras y la regañó bromeando:
               —La Sayyadina que Vela no tendría que poner en guardia al candidato.
               Ella se acercó hasta su lado y apoyó su palma en la mejilla de él.

               —Hoy soy la que vela, pero también soy tu mujer.
               —Tendrías que haber dejado esta tarea a otra —dijo Paul.
               —La espera es demasiado terrible —dijo ella—. Prefiero estar a tu lado.

               Paul besó su palma antes de ajustarse la máscara facial de su traje, y luego se
           volvió y soltó el sello de la tienda. El aire que penetró era frío y ligeramente húmedo,

           con rastros del rocío precipitado por el alba en el desierto. Tenía el perfume de la
           masa  de  preespecia,  la  masa  que  habían  descubierto  un  poco  más  lejos,  hacia  el
           nordeste, y que había revelado la presencia de un hacedor cerca de allí.
               Paul salió por la abertura a esfínter, se detuvo ante la tienda y arrojó los últimos

           restos de sueño de sus músculos. Una leve luminiscencia verde pálida se diseñaba en
           el horizonte, hacia el este. En la penumbra, las tiendas de su gente eran como otras

           tantas pequeñas falsas dunas a su alrededor. Percibió un movimiento a su izquierda, el
           centinela, y supo que le habían visto.
               Sabían el peligro que iba a afrontar aquel día. Cada Fremen lo había afrontado. Le
           concedían aún unos pocos instantes de soledad para que pudiera prepararse mejor.

               Debe ser hecho hoy, se dijo.
               Pensó  en  el  poder  que  blandía  frente  al  pogrom…  los  viejos  que  ahora  le

           enviaban a sus propios hijos para que les adiestrara en su extraño arte de combatir, los
           viejos  que  le  escuchaban  en  consejo  y  seguían  sus  planes,  los  hombres  que  luego
           volvían para presentarle el máximo elogio que se podía hacer a un Fremen:
               —Tu plan ha resultado, Muad’Dib.

               Sin  embargo,  el  más  pequeño  y  mediocre  guerrero  Fremen  era  capaz  de  hacer
           algo  que  él  nunca  había  hecho.  Y  Paul  sabía  que  su  autoridad  se  resentía  por  el

           omnipresente conocimiento de aquella distinción entre ellos.
               Nunca había cabalgado un hacedor.
               Oh,  era  cierto,  había  montado  en  su  grupa  con  los  demás  en  viajes  de

           adiestramiento  e  incursiones…  pero  nunca  había  viajado  solo.  Hasta  que  no  lo
           hubiera hecho, su universo se vería limitado por la habilidad de los demás. Esto era
           algo  que  ningún  verdadero  Fremen  soportaría.  Hasta  que  lo  hiciera,  los  vastos

           territorios del sur —un área a unos veinte martilleadores más allá del erg— le estarían




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