Page 409 - Dune
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En alguna parte, en un mundo que no pertenecía al sueño, hubo un movimiento, el
           grito de un pájaro nocturno.
               Estoy soñando, se dijo Paul. Es la comida de especia.

               Sin embargo, experimentaba una sensación de abandono. Se preguntó si no era
           posible que su espíritu-ruh hubiera resbalado de alguna manera hacia aquel mundo
           donde, según los Fremen, tenía su verdadera existencia… el alam al-mithal, el mundo

           de las similitudes, aquel lugar metafísico donde todas las limitaciones físicas habían
           sido anuladas. Y sintió miedo ante la evocación de aquel mundo, porque la ausencia
           de  toda  limitación  significaba  la  desaparición  de  todos  los  puntos  de  referencia:

           «Estoy aquí porque estoy aquí».
               Su madre le había dicho una vez:
               —La gente está dividida, algunos de ellos no saben qué pensar de ti.

               Debo estar a punto de despertarme, se dijo Paul. Porque aquello había ocurrido:
           aquellas  eran  las  palabras  de  su  madre,  la  antigua  Dama  Jessica  que  era  ahora  la

           Reverenda Madre de los Fremen; aquellas palabras pertenecían a la realidad.
               Jessica temía los lazos religiosos que se habían establecido entre él y los Fremen,
           Paul lo sabía. No le gustaba el hecho de que la gente de aquel sietch y la del graben
           se  refirieran  a  Muad’Dib  como  a  Él.  Y  no  dejaba  de  interrogar  a  las  tribus,

           diseminando  sus  espías  sayyadinas,  recogiendo  sus  respuestas  y  meditando
           melancólicamente sobre ellas.

               Le  había  hecho  notar  un  proverbio  Bene  Gesserit:  «Cuando  religión  y  política
           viajan  en  el  mismo  carro,  los  viajeros  piensan  que  nada  podrá  detenerles  en  su
           camino. Su movimiento es acelerado… rápido y más rápido y más rápido. Dejan a un
           lado  todos  los  obstáculos,  y  no  piensan  que  un  precipicio  se  descubre  siempre

           demasiado tarde».
               Paul recordó haber estado sentado en los apartamentos de su madre, en la estancia

           más  interior,  tapizada  con  pesadas  telas  recamadas  con  dibujos  inspirados  en  la
           mitología Fremen. Había estado sentado allí, escuchándola, observando cómo ella le
           miraba  sin  cesar,  incluso  cuando  bajaba  los  ojos.  Su  rostro  ovalado  tenía  nuevos
           pliegues en las comisuras de la boca, pero sus cabellos resplandecían aún como el

           bronce pulido. Sus grandes ojos verdes, sin embargo, estaban velados por la bruma
           azul de la especia.

               —Los Fremen tienen una religión simple y práctica —había dicho él.
               —Ninguna religión es simple —había replicado ella.
               Pero Paul, viendo el futuro repleto de tempestuosas nubes sobre sus cabezas, se

           había sentido presa de la ira. Sólo había acertado a decir:
               —La religión unifica nuestras fuerzas. Es nuestra mística.
               —Tú cultivas deliberadamente esta atmósfera, esta osadía —había cargado ella

           —. No dejas de adoctrinarlos.




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