Page 413 - Dune
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vedados a menos que ordenara un palanquín, aceptando viajar como una Reverenda
Madre o como un enfermo.
El recuerdo de la larga lucha sostenida con su consciencia interior durante la
noche volvió a él. Vio allí un extraño paralelismo: si dominaba al hacedor, poseería
un medio de control sobre sí mismo. Pero más allá de aquello había una zona
neblinosa, la gran turbulencia que parecía adueñarse de todo el universo.
Las diferentes formas en que percibía el universo le obsesionaban… confuso y
nítido al mismo tiempo. Lo vio in situ. Y sin embargo, cuando había nacido, cuando
las presiones de la realidad comenzaban a actuar sobre el tiempo, él ahora tenía una
vida propia y crecía con sus sutiles diferencias. La terrible finalidad permanecía. La
consciencia de la raza permanecía. Y por encima de todo ello la jihad, sangriento y
salvaje.
Chani se le unió fuera de la tienda, con los brazos cruzados sobre su pecho,
mirándole de reojo como hacía siempre para adivinar su estado de ánimo.
—Háblame de nuevo de las aguas de tu mundo natal, Usul —le dijo.
Paul comprendió que intentaba distraerle, liberar su mente de toda tensión antes
de la prueba mortal. El cielo era cada vez más claro, y algunos de sus Fedaykin
estaban recogiendo ya sus tiendas.
—Preferiría que tú me hablaras del sietch y de nuestro hijo —dijo Paul—.
¿Nuestro Leto sigue tiranizando a mi madre?
—Y también a Alia —dijo ella—. Y crece muy aprisa. Pronto será un hombrecito.
—¿Cómo es el sur? —preguntó él.
—Cuando hayas cabalgado al hacedor lo verás por ti mismo —dijo ella.
—Pero antes quisiera verlo a través de tus ojos.
—Es terriblemente solitario —dijo ella.
Paul tocó el pañuelo nezhoni que ella llevaba en la frente, bajo el capuchón del
destiltraje.
—¿Por qué no quieres hablarme del sietch?
—Ya te he hablado de él. El sietch es un lugar terriblemente solitario sin nuestros
hombres. Es un lugar de trabajo. Nos pasamos las horas en las factorías y en los
talleres. Hay que fabricar armas, empalar la arena para la previsión del tiempo,
recolectar la especia para los tributos. Debemos sembrar las dunas para que la
vegetación crezca en ellas y las ancle. Debemos fabricar tejidos y tapices, cargar las
células de combustible. Y luego hay que adiestrar a los niños, para que la fuerza de la
tribu no decrezca.
—¿No hay nada agradable allí en el sietch? —preguntó él.
—Los niños son agradables. Observamos los ritos. Tenemos suficiente comida. A
veces, una de nosotras regresa al norte a dormir con su hombre. La vida debe
continuar.
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