Page 415 - Dune
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—Da  el  menor  número  de  órdenes  posible  —le  había  dicho  su  padre  hacía
           tiempo…  mucho  tiempo—.  Una  vez  hayas  dado  una  orden  con  respecto  a  algo
           determinado, siempre tendrás que seguir dando órdenes sobre lo mismo.

               Los Fremen conocían esta regla instintivamente.
               El  maestro  de  agua  del  grupo  entonó  el  canto  de  la  mañana,  añadiendo  las
           palabras rituales para la iniciación de un nuevo caballero de la arena.

               —El mundo es un cadáver —salmodió, y su voz resonó entre las dunas—. ¿Quién
           puede hacer retroceder el Angel de la Muerte? Lo que Shai-Hulud ha decidido, así
           será.

               Paul escuchó, reconociendo las mismas palabras con las que se iniciaba el canto
           de  la  muerte  de  sus  Fedaykin,  las  palabras  que  entonaban  cuando  se  lanzaban  al
           combate.

               ¿Habrá aquí un nuevo túmulo de rocas, hoy, para celebrar la partida de otra
           alma?, se preguntó. ¿Acaso los Fremen se detendrán aquí en el futuro, añadiendo

           otra piedra y pensando en Muad’Dib, que murió en este lugar?
               Sabía  que  esta  era  una  de  las  alternativas  posibles,  un  hecho  a  lo  largo  de  las
           líneas que irradiaban hacia el futuro a partir de aquella posición en el espacio-tiempo.
           La imperfecta visión le atormentaba. Cuanto más se oponía a su terrible finalidad y

           luchaba contra el advenimiento de la jihad, más se aceleraba el torbellino en un río
           precipitándose en un abismo… un vórtice de violencia donde todo era niebla y nubes.

               —Stilgar se acerca —dijo Chani—. Debo separarme de ti, amor mío. Ahora debo
           ser la Sayyadina y observar el rito para que sea transcrito con toda su verdad en las
           Crónicas.  —Le  miró  y,  por  un  momento,  se  sintió  débil,  antes  de  obligarse  a
           recuperar su control—. Cuando todo esto haya terminado, te prepararé tu comida con

           mis propias manos —dijo. Se alejó.
               Stilgar  avanzó  a  través  de  la  pulverulenta  arena,  levantando  nubecillas  a  cada

           paso. Sus oscuros ojos estaban fijos en Paul, con una indomable mirada. La barba
           negra que afloraba bajo la máscara de su destiltraje, las rugosas mejillas, todo parecía
           esculpido en alguna clase de roca por el viento.
               Llevaba, sujetándolo por el asta, el estandarte de Paul, el estandarte verde y negro

           con un tubo de agua en el asta… algo que ya era legendario en el lugar. Paul pensó:
           No puedo hacer la más simple de las cosas sin que se convierta en una leyenda. Ya

           habrán notado la forma como he despedido a Chani, como he acogido a Stilgar…
           cada movimiento que haga en el día de hoy. Tanto si muero como si vivo, será una
           leyenda. No debo morir. Porque entonces sólo quedaría la leyenda, y nada podría

           detener la jihad.
               Stilgar clavó el asta del estandarte en la arena, al lado de Paul, y dejó caer sus
           manos a sus costados. Sus ojos totalmente azules siguieron mirándole sin parpadear.

           Y  Paul  pensó  que  también  sus  propios  ojos  estaban  empezando  a  asumir  aquella




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