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«Controlad la moneda y las alianzas… dejad que la chusma se quede con el resto». Esto
es lo que os dice el Emperador Padishah. Y añade: «Si queréis beneficios, tenéis que
dominar». Hay verdad en estas palabras, pero yo me pregunto: «¿Dónde está la chusma,
y dónde están los dominados?».
Mensaje Secreto de Muad’Dib al Landsraad, de El despertar de Arrakis, por la
PRINCESA IRULAN
Un pensamiento no solicitado llegó a la mente de Jessica: Paul va a ser sometido a la
prueba del caballero de la arena en cualquier momento. Han intentado ocultarme
este hecho, pero es evidente.
Y Chani ha partido hacia algún misterioso destino.
Jessica estaba sentada en su sala de reposo, aprovechando un momento de
descanso entre las clases nocturnas. Era una estancia agradable, no tan amplia como
la que la había acogido en el Sietch Tabr antes de su huida del pogrom. Sin embargo,
las alfombras eran mullidas, los almohadones blandos, había una mesita baja de café
al alcance de la mano, multicolores tapices en las paredes, y suaves globos de luz
amarilla. La estancia estaba impregnada del acre y característico antiguo olor de los
sietch Fremen, que había terminado por asociar a un sentimiento de seguridad.
Sin embargo, sabía que nunca conseguiría superar la sensación de encontrarse en
un lugar extranjero. Era una diferencia que ninguna alfombra, ningún tapiz
conseguirían eliminar.
Un débil tintineo-tamborileo-palmeo penetró en la sala de reposo. Jessica
reconoció la celebración de un nacimiento, probablemente Subiay. Ya había
cumplido. Y Jessica sabía que muy pronto le traerían al bebé, un querubín de ojos
azules, para que la Reverenda Madre lo bendijera. Sabía también que su hija Alia
participaría en la celebración y le informaría de todos los detalles.
Aún no era el momento de la plegaria nocturna de la separación. No habrían
iniciado la celebración de un nacimiento a tan poca distancia de la ceremonia en la
que se lloraban las incursiones en busca de esclavos de Poritrin, Bela Tegeuse,
Rossak y Harmonthep.
Jessica suspiró. Sabía que intentaba no pensar en su hijo y en los peligros que
debía afrontar… los pozos trampa con sus púas emponzoñadas, las incursiones de los
Harkonnen (aunque éstas se habían vuelto más raras gracias a las nuevas armas que
Paul había procurado a los Fremen para abatir vehículos aéreos e incursiones), y los
peligros naturales del desierto… los hacedores y la sed y los abismos de polvo.
Pensó llamar para el café y al mismo tiempo reflexionó acerca de la paradoja que
representaba el modo de vivir de los Fremen: la comodidad de aquellos sietch y
cavernas, en comparación con los pyons de los graben; y sin embargo, cómo resistían
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