Page 424 - Dune
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podido ser una sayyadina. He visto lo que he visto.
               —Harah…  —Jessica  alzó  los  hombros—.  No  sé  qué  decirte  —y  se  sintió
           sorprendida, porque aquello era literalmente cierto. Alia se levantó, cuadrando sus

           hombros. Jessica notó que había desaparecido el sentimiento de espera, y que ahora
           flotaba en ella una emoción hecha de decisión y tristeza.
               —Nos hemos equivocado —dijo Alia—. Ahora necesitamos a Harah.

               —Fue durante la ceremonia de la semilla —dijo Harah—, cuando tú cambiaste el
           Agua de Vida, Reverenda Madre, cuando Alia, aún no nacida, estaba dentro de ti.
               ¿Necesitamos a Harah?, se preguntó Jessica.

               —¿Quién más puede hablarle a la gente y hacer que empiecen a comprenderme?
           —dijo Alia.
               —¿Qué es lo que quieres que haga? —preguntó Jessica.

               —Ella ya lo sabe —dijo Alia.
               —Les  diré  la  verdad  —dijo  Harah.  Su  rostro  pareció  repentinamente  viejo  y

           triste, con su piel olivácea surcada de arrugas, su perfil parecido al de una bruja—.
           Les diré a todos que Alia fingía ser una niña, que nunca ha sido niña.
               Alia  agitó  la  cabeza.  Las  lágrimas  corrían  por  sus  mejillas,  y  Jessica  captó  la
           oleada de tristeza que emanaba de su hija con una fuerza extraordinaria.

               —Sé que soy un monstruo —susurró Alia. Esta afirmación de adulto surgiendo de
           la boca de un niño fue como una amarga confirmación.

               —¡Tú no eres un monstruo! —cortó secamente Harah—. ¿Quién ha dicho que
           eres un monstruo?
               Jessica se sintió nuevamente maravillada por la nota de salvaje protección en la
           voz  de  Harah.  Se  dio  cuenta  de  que  el  juicio  de  su  hija  era  cierto:  necesitaban  a

           Harah.  La  tribu  comprendería  a  Harah,  tanto  sus  palabras  como  sus  emociones,
           porque era evidente que quería a Alia como si fuera su propia hija.

               —¿Quién lo ha dicho? —repitió Harah.
               —Nadie.
               Alia  usó  una  esquina  del  aba  de  Jessica  para  secar  las  lágrimas  de  su  rostro.
           Luego alisó la ropa que había mojado y arrugado.

               —Entonces, no lo digas —ordenó Harah.
               —Sí, Harah.

               —Ahora —dijo Harah—, cuéntame qué pasó para que pueda describírselo a los
           demás. Dime qué es lo que te ocurrió.
               Alia tragó saliva y miró a su madre.

               Jessica asintió.
               —Un día desperté —dijo Alia—. Tenía la impresión de haber dormido, pero no
           recordaba nada. Estaba en un lugar cálido y oscuro. Y tenía miedo.

               Escuchando la voz balbuceante de su hija, Jessica recordó aquel día en la gran




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