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                                  No se puede evitar la influencia de la política en el seno de una religión ortodoxa. Esta
                                  lucha  por  el  poder  impregna  el  adiestramiento,  la  educación  y  la  disciplina  de  una
                                  comunidad ortodoxa. A causa de esta presión, los jefes de una tal comunidad deben
                                  afrontar  inevitablemente  este  último  dilema  interior:  sucumbir  al  más  completo
                                  oportunismo  como  precio  para  mantener  su  poder,  o  arriesgarse  al  sacrificio  de  sí
                                  mismos en nombre de la ética ortodoxa.

                                                De Muad’Dib: Las consecuencias religiosas, por la PRINCESA IRULAN



           Inmóvil en la arena, Paul observaba la línea de aproximación del gigantesco hacedor.
           No debo esperar como un contrabandista… impaciente y tembloroso, se dijo. Debo

           formar parte del desierto.
               El  ser  estaba  ahora  a  pocos  minutos  de  distancia,  llenando  la  mañana  con  el

           ruidoso crepitar de su avance. Sus enormes dientes, en la redonda caverna que era su
           boca, se destacaban como grandes flores. El olor a especia que emanaba de su cuerpo
           dominaba el aire.

               El  destiltraje  de  Paul  se  adhería  perfectamente  a  su  cuerpo,  y  apenas  era
           consciente de sus tampones nasales y la máscara para la respiración. Las enseñanzas
           de Stilgar, las laboriosas horas en la arena, le hacían olvidar cualquier otra cosa.

               —¿A qué distancia debes mantenerte del radio de acción del hacedor en la arena
           gruesa? —le había preguntado Stilgar. Y él había respondido correctamente:
               —A medio metro por cada metro de diámetro del hacedor.

               —¿Por qué?
               —Para evitar el vórtice de su paso, pero tener tiempo de correr y saltar a su lomo.
               —Tú ya has cabalgado a los más pequeños, los criados para la semilla y el Agua

           de Vida —había dicho Stilgar—. Pero el que llames para tu prueba será un hacedor
           salvaje, un viejo del desierto. Debes mostrarle el respeto que se merece.
               Ahora,  el  profundo  ruido  del  martilleador  se  mezclaba  con  el  chirrido  de  la

           aproximación  del  gusano.  Paul  inspiró  profundamente,  oliendo  la  amarga  acidez
           mineral de la arena incluso a través de sus filtros. El hacedor salvaje, el viejo del
           desierto, estaba casi encima de él. Sus segmentos frontales, encrestados, levantaban

           una ola de arena capaz de sepultarle.
               Ven aquí adorable monstruo, pensó. Aquí. Escucha mi llamada. Ven aquí. Ven
           aquí.

               La ola levantó la duna bajo sus pies. Un torbellino de polvo le envolvió. Reafirmó
           su posición, mientras todo su mundo era dominado por el paso de aquella inmensa
           pared curva ofuscada por la arena, una roca viviente segmentada.

               Paul levantó los garfios, tomó puntería, se inclinó hacia adelante, se lanzó. Los
           sintió  morder  y  tirar  violentamente.  Saltó  hacia  arriba,  plantando  sus  pies  en  la




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