Page 417 - Dune
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Ve, Usul, y cabalga al hacedor, cruza la arena como un conductor de hombres.
Paul saludó a su estandarte, observando cómo la tela verde y negra colgaba inerte
al cesar el viento del alba. Se volvió hacia la duna que había señalado Stilgar… un
montículo de arena cuya cresta formaba una S. La mayor parte de los Fremen se
alejaban ya en dirección opuesta, cruzando la otra duna que había albergado su
campamento.
Una figura embozada permanecía en el sendero de Paul: Shishakli, un jefe de
grupo de los Fedaykin, con sólo sus ojos visibles entre la capucha del destiltraje y la
máscara.
Al acercarse Paul, le presentó dos delgadas varillas, parecidas a látigos. Tenían
casi un metro y medio de largo, y en un extremo iban provistas de relucientes garfios
de plastiacero, mientras que el otro presentaba un mango profundamente raspado para
facilitar la presa.
Paul las aceptó con la mano izquierda, como requería el ritual.
—Estos son mis garfios —dijo Shishakli con voz ronca—. Nunca han fallado.
Paul asintió, manteniendo el requerido silencio, rebasó al hombre y ascendió la
vertiente de la duna. En la cresta, miró hacia atrás y vio al grupo dispersándose como
un enjambre de insectos, con sus ropas flotando. Ahora estaba solo en la cima de la
duna, con únicamente el horizonte ante él. Era una buena duna la que había elegido
Stilgar, lo suficientemente alta como para permitirle dominar a todas sus compañeras.
Deteniéndose, Paul plantó profundamente el martilleador en la cara de la duna
vuelta hacia el viento, donde la arena era más compacta y permitía la máxima
transmisión del sonido. Después dudó, repasando mentalmente las lecciones y los
imperativos de vida y muerte que debía afrontar.
Apenas presionara el pestillo, el martilleador comenzaría a batir su reclamo.
En las profundidades de la arena, un gigantesco gusano —un hacedor— lo oiría y
acudiría a la llamada del sonido. Paul sabía que con las varillas con garfios en su
extremo podría saltar al curvado lomo del gran hacedor. Mientras mantuviera el borde
de un anillo del gusano abierto con los garfios, exponiendo a la abrasión de la arena
los sensibles estratos internos, el hacedor no se hundiría de nuevo en el desierto. De
hecho, antes al contrario levantaría su gigantesco cuerpo lo más alto posible,
arqueándolo en su intento de alejar al máximo de la superficie del desierto el
segmento abierto.
Soy un caballero de la arena, se dijo Paul.
Miró los garfios de doma en su mano izquierda, pensando en que sólo tendría que
irlos cambiando a lo largo de la curva del inmenso costado del hacedor para que la
criatura contrajese el cuerpo y se curvara hacia el lado requerido, guiándolo así hacia
donde quisiera. Había visto ya hacerlo. Había realizado cortos trayectos de
entrenamiento a lomos de un gusano. El gusano capturado podía ser cabalgado hasta
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