Page 481 - Dune
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—La gente desesperada es la más peligrosa —dijo Gurney.
               —¿No estamos nosotros desesperados? —preguntó Stilgar.
               Gurney le miró, ceñudo.

               —Tú no has vivido el sueño de los Fremen —advirtió Paul—. Stilgar piensa en
           toda  el  agua  que  hemos  malgastado  en  corrupción,  en  todos  estos  años  de  espera
           antes de que Arrakis pueda florecer. No es…

               —Arrrgh —gruñó Gurney.
               —¿Por qué está tan pesimista? —preguntó Stilgar.
               —Siempre está pesimista antes de una batalla —dijo Paul—. Es la única forma de

           humorismo que se permite Gurney.
               Lentamente, una sonrisa lobuna se dibujó en el rostro de Gurney, y sus dientes
           brillaron por encima de la mentonera de su destiltraje.

               —Me deprime el pensamiento de tantas pobres almas Harkonnen que vamos a
           enviar al más allá sin que tengan oportunidad de arrepentirse —dijo.

               Stilgar lanzó una risita.
               —Habla como un Fedaykin —dijo.
               —Gurney nació para ser un comando de la muerte —dijo Paul. Y pensó: Sí, que
           ocupen sus mentes charlando así antes del momento de lanzarnos al ataque contra

           esa  fuerza  reunida  ahí  en  la  planicie.  Lanzó  otra  ojeada  hacia  la  hendidura  en  la
           pared de roca y luego volvió a mirar a Gurney, observando que el trovador-guerrero

           había reasumido su expresión ceñuda.
               —Las  preocupaciones  minan  las  fuerzas  —murmuró  Paul—.  Tú  mismo  me  lo
           dijiste una vez, Gurney.
               —Mi Duque —dijo Gurney—, mi mayor preocupación son las atómicas. Si las

           utilizas para abrir una brecha en la Muralla Escudo…
               —Esa  gente  no  utilizará  las  atómicas  contra  nosotros  —dijo  Paul—.  No  se

           atreverán… por el mismo motivo que les impide correr el riesgo de que destruyamos
           la fuente de la especia.
               —Pero la prohibición…
               —¡La  prohibición!  —exclamó  Paul—.  Es  el  miedo  y  no  la  prohibición  lo  que

           impide  que  las  Grandes  Casas  se  ataquen  mutuamente  a  golpes  de  atómicas.  El
           lenguaje  de  la  Gran  Convención  es  lo  suficientemente  claro:  «El  uso  de  atómicas

           contra seres humanos será penado con la destrucción planetaria». Nosotros vamos a
           emplearlas contra la Muralla Escudo, no contra seres humanos.
               —La diferencia es sutil —dijo Gurney.

               —Los leguleyos de ahí abajo se sentirán felices de admitirla —dijo Paul—. No
           hablemos más de ello.
               Se volvió, deseando sentir en su interior la seguridad y la confianza de que había

           hecho ostentación.




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