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Y llegó el día en el cual Arrakis se encontró en el centro del universo, con todo lo
demás girando a su alrededor.
De El despertar de Arrakis, por la PRINCESA IRULAN
—¡Mira esto! —susurró Stilgar.
Paul estaba tendido a su lado, en una hendidura que se abría en la pared superior
de la Muralla Escudo, con los ojos pegados al ocular de un telescopio Fremen. Las
lentes de aceite estaban enfocadas sobre un transporte ligero que se destacaba contra
las luces del alba, en la depresión bajo ellos. La cara de la espacionave que daba al
este brillaba ya a los resplandores de la luz del sol, mientras la otra estaba aún
inmersa en las sombras, ofreciendo las hileras de sus lucernas a través de las cuales
resplandecía la amarilla luz de los globos encendidos durante la noche. Más allá de la
nave, la ciudad de Arrakeen yacía inmóvil, gélida y brillante a la luz del naciente sol.
No era el transporte lo que había excitado a Stilgar, se dijo Paul, sino la
construcción de la cual la nave era tan sólo el pilar central. Una única y gigantesca
estructura metálica de varios pisos que se extendía alrededor de la nave en un radio
de al menos mil metros, una enorme tienda compuesta de planchas metálicas
ensambladas… la residencia temporal de cinco legiones de Sardaukar y de su
Majestad Imperial, el Emperador Padishah Shaddam IV.
Desde su posición agachada, al lado de Paul, Gurney Halleck dijo:
—He contado nueve pisos. Debe haber un buen número de Sardaukar ahí dentro.
—Cinco legiones —dijo Paul.
—Se está haciendo de día —siseó Stilgar—. No nos gusta que te expongas
personalmente, Muad’Dib. Volvamos entre las rocas.
—Estoy completamente seguro aquí —dijo Paul.
—Esta nave está equipada con armas a proyectiles —dijo Gurney.
—Creen que estamos protegidos con escudos —dijo Paul—. Además, aunque nos
vieran, no malgastarían sus municiones en un trío no identificado.
Paul alzó el telescopio para examinar la pared opuesta de la depresión, viendo las
carcomidas rocas y los desprendimientos que señalaban la tumba de tantos hombres
de su padre. Y tuvo la momentánea impresión de que las sombras de aquellos
hombres le estaban mirando en aquel instante. Las fortificaciones Harkonnen y las
ciudades a todo lo largo de la amurallada zona habían caído en manos de los Fremen
o estaban aisladas como ramas cortadas de una planta. Sólo aquella depresión y
aquella ciudad seguían en manos del enemigo.
—Podrían intentar una salida con tóptero, si nos vieran —dijo Stilgar.
—Deja que lo hagan —dijo Paul—. Tenemos un montón de tópteros a nuestra
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