Page 489 - Dune
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hijas  del  Emperador,  la  Princesa  Irulan,  una  mujer  de  la  que  se  decía  había  sido
           adiestrada en la más absoluta Manera Bene Gesserit, destinada a ser una Reverenda
           Madre.  Era  alta,  rubia,  con  el  rostro  de  una  frágil  belleza  y  unos  ojos  verdes  que

           miraban traspasándole a uno de parte a parte.
               —Mi querido Barón.
               El  Emperador  se  había  dignado  notar  su  presencia.  Su  voz  era  de  barítono  y

           exquisitamente  controlada.  Parecía  como  si  le  despidiera  al  mismo  tiempo  que  le
           saludaba.
               El Barón se inclinó profundamente y avanzó hasta la posición requerida, a diez

           pasos del estrado.
               —He venido a vuestro requerimiento, Majestad.
               —¡Requerimiento! —graznó la vieja bruja.

               —Vamos,  Reverenda  Madre  —la  regañó  el  Emperador,  pero  observó  con  aire
           divertido  la  turbación  del  Barón—.  Ante  todo,  decidme  dónde  habéis  enviado  a

           vuestro favorito, Thufir Hawat.
               El Barón lanzó ojeadas a diestro y siniestro, irritándose consigo mismo por no
           haber  traído  a  sus  propios  guardias,  aunque  no  le  hubieran  servido  de  gran  cosa
           contra los Sardaukar. De todos modos…

               —¿Bien? —dijo el Emperador.
               —Ha desaparecido desde hace cinco días, Majestad —el Barón dirigió una ojeada

           a los agentes de la Cofradía, y luego volvió a mirar al Emperador—. Debía tomar
           tierra en una base de contrabandistas para intentar infiltrar algunos de sus hombres en
           el campo de ese fanático Fremen, ese Muad’Dib.
               —¡Increíble! —dijo el Emperador.

               Una de las sarmentosas manos de la bruja palmeó el hombro del Emperador. La
           mujer se inclinó hacia él y susurró algo a su oído.

               El Emperador asintió.
               —Cinco  días,  Barón  —dijo—.  Explicadme,  ¿por  qué  no  os  habéis  preocupado
           por su ausencia?
               —¡Pero si me he preocupado, Majestad!

               El Emperador continuó mirándole, esperando. La Reverenda Madre emitió una
           cacareante risa.

               —Lo que quiero decir, Majestad —dijo el Barón— es que ese Hawat morirá de
           todos  modos  dentro  de  muy  pocas  horas  —y  explicó  lo  del  veneno  residual  y  la
           constante necesidad de un antídoto.

               —Muy  ingenioso  por  vuestra  parte,  Barón  —dijo  el  Emperador—.  ¿Y  dónde
           están vuestros sobrinos, Rabban y el joven Feyd-Rautha?
               —La  tormenta  está  llegando,  Majestad.  Les  he  enviado  a  inspeccionar  nuestro

           perímetro, previniendo la posibilidad de un ataque Fremen amparado por la arena.




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