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hijas del Emperador, la Princesa Irulan, una mujer de la que se decía había sido
adiestrada en la más absoluta Manera Bene Gesserit, destinada a ser una Reverenda
Madre. Era alta, rubia, con el rostro de una frágil belleza y unos ojos verdes que
miraban traspasándole a uno de parte a parte.
—Mi querido Barón.
El Emperador se había dignado notar su presencia. Su voz era de barítono y
exquisitamente controlada. Parecía como si le despidiera al mismo tiempo que le
saludaba.
El Barón se inclinó profundamente y avanzó hasta la posición requerida, a diez
pasos del estrado.
—He venido a vuestro requerimiento, Majestad.
—¡Requerimiento! —graznó la vieja bruja.
—Vamos, Reverenda Madre —la regañó el Emperador, pero observó con aire
divertido la turbación del Barón—. Ante todo, decidme dónde habéis enviado a
vuestro favorito, Thufir Hawat.
El Barón lanzó ojeadas a diestro y siniestro, irritándose consigo mismo por no
haber traído a sus propios guardias, aunque no le hubieran servido de gran cosa
contra los Sardaukar. De todos modos…
—¿Bien? —dijo el Emperador.
—Ha desaparecido desde hace cinco días, Majestad —el Barón dirigió una ojeada
a los agentes de la Cofradía, y luego volvió a mirar al Emperador—. Debía tomar
tierra en una base de contrabandistas para intentar infiltrar algunos de sus hombres en
el campo de ese fanático Fremen, ese Muad’Dib.
—¡Increíble! —dijo el Emperador.
Una de las sarmentosas manos de la bruja palmeó el hombro del Emperador. La
mujer se inclinó hacia él y susurró algo a su oído.
El Emperador asintió.
—Cinco días, Barón —dijo—. Explicadme, ¿por qué no os habéis preocupado
por su ausencia?
—¡Pero si me he preocupado, Majestad!
El Emperador continuó mirándole, esperando. La Reverenda Madre emitió una
cacareante risa.
—Lo que quiero decir, Majestad —dijo el Barón— es que ese Hawat morirá de
todos modos dentro de muy pocas horas —y explicó lo del veneno residual y la
constante necesidad de un antídoto.
—Muy ingenioso por vuestra parte, Barón —dijo el Emperador—. ¿Y dónde
están vuestros sobrinos, Rabban y el joven Feyd-Rautha?
—La tormenta está llegando, Majestad. Les he enviado a inspeccionar nuestro
perímetro, previniendo la posibilidad de un ataque Fremen amparado por la arena.
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