Page 493 - Dune
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El Barón retrocedió dos pasos, pensando: Ha sido Rabban. Me ha hecho esto a
           mí. Rabban me ha…
               —Y esa falsa disputa con el Duque Leto —gruñó el Emperador, hundiéndose en

           su trono—. Qué maravillosamente la maniobrasteis.
               —Majestad —imploró el Barón—. ¿Qué es lo que…?
               —¡Silencio!

               La vieja Bene Gesserit puso una mano en el hombro del Emperador, inclinándose
           a susurrar algo a su oído.
               La niña sentada en el estrado dejó de balancear sus pies.

               —Aterrorízale un poco más, Shaddam —dijo—. No debería alegrarme por ello,
           pero siento un placer imposible de dominar.
               —Cállate,  niña  —dijo  el  Emperador.  Se  inclinó  hacia  adelante  y  le  puso  una

           mano en la cabeza, mirando al Barón—. ¿Es posible, Barón? ¿Es posible que seáis
           tan simple de espíritu como me sugiere mi Decidora de Verdad? ¿No reconocéis a

           esta niña, la hija de vuestro aliado, el Duque Leto?
               —Mi padre nunca fue su aliado —dijo la niña—. Mi padre está muerto, y esa
           vieja bestia Harkonnen no me ha visto nunca antes.
               El  Barón  estaba  paralizado  por  la  estupefacción.  Cuando  recobró  su  voz  sólo

           pudo jadear:
               —¿Quién?

               —Soy Alia, hija del Duque Leto y de Dama Jessica, hermana del Duque Paul-
           Muad’Dib —dijo la niña. Se subió al estrado—. Mi hermano ha prometido empalar tu
           cabeza en la punta de su estandarte, y creo que lo hará.
               —Ya basta, niña —dijo el Emperador, y se recostó en el trono, con la mano en la

           mejilla, estudiando al Barón.
               —Yo  no  recibo  órdenes  del  Emperador  —dijo  Alia.  Se  volvió  y  miró  a  la

           Reverenda Madre—. Ella lo sabe.
               El Emperador alzó los ojos hacia su Decidora de Verdad.
               —¿Qué quiere decir?
               —¡Esta  niña  es  una  abominación!  —dijo  la  anciana—.  Su  madre  merece  un

           castigo  como  nunca  se  haya  impuesto  a  nadie  en  la  historia.  ¡Muerte!  ¡Ninguna
           muerte será bastante rápida para esta niña y para aquella que la ha engendrado! —

           Apuntó un dedo sarmentoso hacia Alia—. ¡Sal de mi mente!
               —¿T-P? —susurró el Emperador. Dirigió su atención a la niña—. ¡Por la Gran
           Madre!

               —No  comprendéis,  Majestad  —dijo  la  anciana—.  No  es  telepatía.  Está  en  mi
           mente.  Está  como  todas  las  demás  antes  de  mí,  todas  aquellas  otras  que  me  han
           dejado sus recuerdos. ¡Está en mi mente! ¡Sé que es imposible, pero está en ella!

               —¿Qué otras? —preguntó el Emperador—. ¿Qué es este desatino?




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