Page 496 - Dune
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nave, tras el Emperador, vacilaba y se estremecía.
—¡Han hecho saltar la proa de nuestra nave! —gritó alguien. Una nube de polvo
penetró en la estancia. Bajo esta cobertura, Alia echó a correr hacia la puerta de
entrada.
El Emperador se volvió bruscamente y ordenó a su gente que se dirigiera hacia la
salida de emergencia que acababa de abrirse en aquel momento en la pared de la
nave, tras el trono. Hizo una rápida señal con la mano a un oficial Sardaukar, a través
del polvo que lo invadía todo.
—¡Resistiremos aquí! —ordenó el Emperador.
Otra conmoción sacudió la estructura. Las dobles paredes saltaron violentamente
al otro lado de la estancia, dejando entrar un torrente de arena y el sonido de gritos.
Una pequeña figura envuelta en ropas negras se destacó momentáneamente contra la
luz: Alia, que buscaba un cuchillo para rematar, como requería el adiestramiento
Fremen, a todos los Harkonnen y Sardaukar heridos. Los Sardaukar de la Casa se
desplegaron en la grisácea bruma, formando un arco para proteger la retirada del
Emperador.
—¡Salvaos, Majestad! —gritó un oficial Sardaukar—. ¡En la nave!
Pero el Emperador permanecía inmóvil, de pie junto al trono, solo, señalando con
su mano la puerta del selamlik. Una sección de unos cuarenta metros de pared se
había abatido, y las puertas del selamlik se abrían sobre la arena agitada por la
tormenta. Hasta una distancia infinita, una nube de polvo crepitaba desde las nubes, y
los destellos de los escudos cortocircuitados surgían por todas partes. La llanura
hervía con figuras luchando… Sardaukar y hombres embozados que continuaban
surgiendo de los torbellinos de la tormenta.
Todo esto no era más que el coro a lo que el Emperador señalaba con su mano
tendida.
De las nubes de arena estaba surgiendo una compacta hilera de formas
resplandecientes… grandes curvas ondulantes con destellos cristalinos que se
convirtieron en abiertas bocas de gusanos de arena, una masiva pared de ellos, cada
uno con un pelotón de Fremen cabalgando al ataque sobre sus lomos. Llovieron sobre
ellos con un silbido y un roce de ropas contra ropas, y hendieron, apartaron,
aplastaron el confuso tumulto que reinaba en la planicie.
Avanzaban directamente hacia la estructura del Emperador, mientras los
Sardaukar de la Casa, por primera vez en su historia, contemplaban petrificados una
carga que sus mentes no conseguían aceptar.
Pero las figuras cabalgando a lomos de los gusanos eran hombres, y el relucir de
las hojas que blandían en sus manos a la siniestra luz amarillenta de la tormenta era
algo que los Sardaukar habían sido adiestrados a afrontar. Se arrojaron a la lucha. Y
en la llanura de Arrakeen se desarrolló un gigantesco combate cuerpo a cuerpo,
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