Page 500 - Dune
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llegara el tiempo de llorar, como otra vez había aguardado a que llegara el tiempo de
           llorar  por  su  padre.  Ahora  dedicó  sus  pensamientos  a  los  descubrimientos  que  se
           habían ido acumulando en aquel día: los futuros entremezclados, y la oculta presencia

           de Alia dentro de su consciencia.
               De todas las particularidades de la visión temporal, esta era la más extraña. «He
           manipulado  el  futuro  para  colocar  mis  palabras  donde  sólo  tú  pudieras  oírlas»,  le

           había dicho Alia. «Ni siquiera tú puedes hacer esto, hermano. Es un juego interesante.
           Y…  oh,  sí:  he  matado  a  nuestro  abuelo,  ese  viejo  Barón  demente.  No  ha
           experimentado mucho dolor».

               Silencio. Su percepción temporal le decía que ella se había retirado.
               —Muad’Dib.
               Paul abrió los ojos, para ver el rostro barbudo de Stilgar ante él, con sus oscuros

           ojos reluciendo aún con la luz de la batalla.
               —Habéis encontrado el cuerpo del viejo Barón —dijo Paul.

               Alrededor de Stilgar se hizo el silencio.
               —¿Cómo  puedes  saberlo?  —murmuró  éste—.  Apenas  hemos  descubierto  su
           cadáver en ese inmenso montón de metal construido por el Emperador.
               Paul  ignoró  la  pregunta,  observando  a  Gurney  que  regresaba  con  dos  Fremen

           arrastrando a un prisionero Sardaukar.
               —Aquí  hay  uno  de  ellos,  mi  Señor  —dijo  Gurney.  Indicó  a  los  guardias  que

           mantuvieran al prisionero a cinco pasos frente a Paul.
               Los ojos del Sardaukar, notó Paul, tenían una expresión alucinada. Una azulada
           contusión atravesaba su rostro desde la base de su nariz hasta un ángulo de su boca.
           Era rubio y de rasgos delicados, lo cual era una característica que indicaba un alto

           rango  entre  los  Sardaukar,  pero  no  llevaba  ninguna  insignia  en  su  destrozado
           uniforme, excepto los botones dorados con el escudo Imperial y los rotos galones de

           sus pantalones.
               —Creo que es un oficial, mi Señor —dijo Gurney.
               Paul asintió.
               —Soy el Duque Paul Atreides —dijo—. ¿Lo entiendes, hombre?

               El Sardaukar le miró sin moverse.
               —Habla —dijo Paul—, o tu Emperador puede morir.

               El hombre parpadeó y tragó saliva.
               —¿Quién soy yo? —preguntó Paul.
               —Sois  el  Duque  Paul  Atreides  —dijo  el  hombre  con  voz  ronca.  Paul  tuvo  la

           impresión de que se sometía con excesiva facilidad, pero por otra parte los Sardaukar
           nunca se habían preparado para afrontar una jornada como aquella. Hasta ahora sólo
           habían  conocido  victorias,  y  esto,  se  dijo  Paul,  podía  ser  una  forma  de  debilidad.

           Apartó aquel pensamiento, prometiéndose tomarlo en consideración más tarde.




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