Page 495 - Dune
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—No es juicioso oponerse a mis deseos —dijo el Emperador—. Tú no puedes
           negarme nada.
               —Mi hermano está llegando —dijo Alia—. Incluso un Emperador debe temblar

           ante Muad’Dib, porque su fuerza es la de la rectitud y el cielo sonríe sobre él.
               El Emperador saltó en pie.
               —Este juego ya ha durado demasiado. Tomaré a tu hermano y a todo este planeta

           y los reduciré a…
               La  estancia  retumbó  y  se  estremeció  a  su  alrededor.  Una  repentina  cascada  de
           arena cayó tras el trono, en el punto donde la estructura estaba acoplada a la nave del

           Emperador. La presión del aire aumentó bruscamente y la piel de los presentes se
           estremeció cuando un escudo de enormes dimensiones fue activado.
               —Te lo dije —observó ella—. Mi hermano está llegando.

               El  Emperador  estaba  inmóvil  frente  a  su  trono,  con  la  mano  derecha  apretada
           contra  su  oído,  escuchando  su  servorreceptor  que  le  transmitía  el  informe  de  la

           situación. El Barón avanzó dos pasos tras Alia. Los Sardaukar tomaron posiciones en
           las puertas.
               —Regresaremos rápidamente al espacio para reorganizarnos —dijo el Emperador
           —. Barón, mis excusas. Esos locos están atacando protegidos por la tormenta. Van a

           saber ahora lo que es la cólera del Emperador. —Señaló a Alia—. Arrojad su cuerpo
           a la tormenta.

               A esas palabras, Alia retrocedió fingiendo terror.
               —¡Deja que la tormenta tome lo que pueda! —exclamó. Y se arrojó en brazos del
           Barón.
               —¡La tengo, Majestad! —gritó el Barón—. ¡Voy a arrojarla a… aaaaaahhhhhhhh!

           —la tiró al suelo, apretándose el brazo derecho.
               —Lo  siento,  abuelo  —dijo  Alia—.  Acabas  de  conocer  el  gom  jabbar  de  los

           Atreides. —Se puso de pie, abrió la mano y dejó caer una aguja goteante.
               El Barón se derrumbó. Sus ojos se desorbitaron mientras miraba la mancha roja
           que había aparecido en su palma izquierda.
               Tú…  tu…  —rodó  hacia  un  lado  entre  sus  suspensores,  y  no  fue  más  que  una

           enorme  masa  de  fláccida  carne  suspendida  a  pocos  centímetros  del  suelo,  con  la
           cabeza colgando y la boca muy abierta.

               —Esa  gente  está  loca  —gruñó  el  Emperador—.  ¡Rápido!  A  la  nave.  Vamos  a
           purificar este planeta de todos…
               Algo destelló a su izquierda. Un fulgurante relámpago surgió de la pared y crepitó

           en el suelo metálico. Una acre olor a aislante quemado se extendió por el selamlik.
               —¡El escudo! —gritó uno de los oficiales Sardaukar—. ¡El escudo exterior ha
           sido abatido! Ellos…

               Sus  palabras  fueron  ahogadas  por  un  rugido  metálico,  mientras  el  casco  de  la




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