Page 498 - Dune
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Era guerrero y místico, feroz y santo, retorcido e inocente, caballeroso, despiadado,
menos que un dios, más que un hombre. No se puede medir a Muad’Dib con los
estándares ordinarios. En el momento de su triunfo, adivinó la muerte que le había sido
preparada, y no obstante aceptó la traición. ¿Puede uno decir que lo hizo por un sentido
de justicia? ¿Cuál justicia, entonces? Porque hay que recordar que ahora estamos
hablando del Muad’Dib que ordenó que sus tambores de batalla fueran hechos con las
pieles de sus enemigos, el Muad’Dib que negó todas las convenciones de su pasado
ducal con un simple gesto de la mano, diciendo sencillamente: «Yo soy el Kwisatz
Haderach. Esta es una razón suficiente».
De El despertar de Arrakis, por la PRINCESA IRULAN
La noche de la victoria, Paul-Muad’Dib fue escoltado hacia la Residencia del
Gobernador, la antigua morada que habían ocupado los Atreides cuando llegaron a
Dune. El edificio estaba tal cual Rabban lo había restaurado, virtualmente intacto de
la batalla pero saqueado por la población de la ciudad. Algunos de los muebles del
salón principal habían sido volcados y rotos.
Paul franqueó a grandes pasos la entrada principal, seguido por Gurney Halleck y
Stilgar. Su escolta se diseminó por el Gran Salón, escrutando el lugar y despejando un
área para Muad’Dib.
Un grupo comenzó a controlar que no hubiera sido instalada ninguna trampa.
—Recuerdo el día que vinimos aquí por primera vez con tu padre —dijo Gurney
Halleck. Alzó los ojos hacia las columnas y las altas ventanas acristaladas—.
Entonces no me gustó el lugar, y ahora aún me gusta menos. Una de nuestras
cavernas es mucho más segura.
—Hablas como un verdadero Fremen —dijo Stilgar, y vio la fría sonrisa que estas
palabras hicieron aparecer en los labios de Muad’Dib—. ¿No querrías reconsiderar
esto, Muad’Dib?
—Este lugar es un símbolo —dijo Paul—. Rabban vivía aquí. Ocupando este
lugar, sello mi victoria a los ojos de todos. Manda a tus hombres por todo el edificio.
Que no toquen nada. Que se aseguren tan sólo de que no ha quedado ningún
Harkonnen o alguno de sus juguetes.
—Como ordenes —dijo Stilgar, y se alejó reluctante para obedecer.
Los hombres de comunicaciones aparecieron en la estancia con su equipo,
empezando a montarlo junto a la enorme chimenea. Los Fremen que se habían unido
a los Fedaykin supervivientes tomaron posiciones en torno a la estancia. Hubo
murmullos entre ellos, entrecruzar de supersticiosas miradas. El enemigo había
vivido demasiado tiempo allí como para que se sintieran a gusto en aquel lugar.
—Gurney, envía una escolta a buscar a mi madre y a Chani —dijo Paul—. ¿Sabe
ya Chani lo de nuestro hijo?
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