Page 494 - Dune
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La anciana se irguió y dejó caer su brazo.
               —He hablado demasiado, pero sigue en pie el hecho de que esta niña que no es
           una  niña  debe  ser  destruida.  Desde  hace  mucho  tiempo  sabemos  cómo  hay  que

           prevenir un tal nacimiento, pero una de nosotras nos ha traicionado.
               —Chocheas, vieja mujer —dijo Alia—. No sabes cómo ocurrió, y sin embargo
           sigues diciendo tonterías. —Alia cerró los ojos, inspiró profundamente y contuvo la

           respiración.
               La Vieja Reverenda Madre, gimió y se tambaleó.
               Alia abrió los ojos.

               —Así es cómo pasó —dijo—. Un accidente cósmico… y tú representaste tu papel
           en él.
               La Reverenda Madre alzó ambas manos, con las palmas empujando el aire hacia

           Alia.
               —¿Qué  es  lo  que  ocurre  aquí?  —preguntó  el  Emperador—.  Niña,  ¿puedes

           realmente proyectar tus pensamientos dentro de la mente de otro?
               —No es en absoluto así —dijo ella—. Si yo no he nacido como tú, no puedo
           pensar como tú.
               —Matadla  —murmuró  la  vieja  mujer,  y  se  aferró  al  respaldo  del  trono  para

           sostenerse—.  ¡Matadla!  —sus  viejos  ojos  profundamente  hundidos  se  clavaron  en
           Alia.

               —Silencio —dijo el Emperador, y estudió a Alia—. Niña ¿puedes comunicarte
           con tu hermano?
               —Mi hermano sabe que estoy aquí —dijo Alia.
               —¿Puedes decirle que se rinda como precio por tu vida? Alia le sonrió con una

           limpia inocencia.
               —No lo hará —dijo.

               El Barón avanzó vacilante hasta el estrado, por el lado de Alia.
               —Majestad —suplicó—, yo no sabía nada de…
               —Interrumpidme  otra  vez,  Barón  —dijo  el  Emperador—,  y  os  cortaré  la
           posibilidad de volver a interrumpirme… para siempre. —Su atención seguía centrada

           en  Alia,  estudiándola  a  través  de  sus  párpados  entrecerrados—.  No  quieres,  ¿eh?
           ¿Puedes leer en mi mente lo que pienso hacer contigo si no me obedeces?

               —Ya  te  he  dicho  que  no  puedo  leer  en  las  mentes  —dijo  ella—,  pero  uno  no
           necesita telepatía para leer tus intenciones.
               El Emperador frunció el ceño.

               —Niña, tu causa es desesperada. Basta con que reúna mis fuerzas y reduzca este
           planeta a…
               —No  es  tan  sencillo  —dijo  Alia.  Señaló  a  los  dos  hombres  de  la  Cofradía—.

           Pregúntaselo a ellos.




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