Page 505 - Dune
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escudo a su alrededor.
Una lanza Fremen le cortó el paso, deteniéndole a la distancia ordenada por Paul.
Los otros se agolparon a sus espaldas, una mezcolanza de ropas multicolores y
rostros confundidos.
Paul alzó los ojos hacia el grupo, viendo a mujeres que intentaban disimular sus
lágrimas, viendo a los lacayos que habían venido a Arrakis para asistir en primera fila
a una nueva victoria de los Sardaukar y a los que la derrota había vuelto mudos. Paul
vio los brillantes ojos de pájaro de la Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam que le
contemplaban con odio bajo la capucha negra, y al lado de ella la furtiva silueta de
Feyd-Rautha Harkonnen.
Ese es un rostro que el tiempo me ha revelado, pensó Paul. Luego su mirada fue
atraída por un movimiento tras Feyd-Rautha, y vio un rostro delgado, de comadreja,
que nunca antes había visto… ni en el tiempo ni fuera de él. Sin embargo, sintió que
tendría que haberlo conocido, y aquella sensación le hizo estremecerse con un
repentino miedo.
¿Por qué tendría que temer a ese hombre?, se preguntó.
Se inclinó hacia su madre.
—Ese hombre a la izquierda de la Reverenda Madre, ese de la mirada diabólica…
¿quién es? —susurró.
Jessica miró, y recordó haber visto aquel rostro en los archivos de su Duque.
—El Conde Fenring —dijo—. El que ocupó esta Residencia inmediatamente
antes que nosotros. Un eunuco genético… y un asesino.
El recadero del Emperador, pensó Paul. Y experimentó como un shock en lo más
profundo de su consciencia, porque había visto al Emperador en incontables
asociaciones de sus futuros posibles… pero el Conde Fenring nunca había aparecido
en ninguna de sus visiones prescientes.
Paul recordó entonces haber visto su propio cadáver en incontables puntos de la
trama del tiempo, pero nunca había asistido al momento de su muerte.
¿La visión de este hombre me ha sido siempre denegada porque es precisamente
quien va a matarme?, se preguntó.
El pensamiento le trajo una punzada de aprensión. Apartó su atención de Fenring,
observando a los hombres y oficiales Sardaukar, la amargura de sus rostros y su
desesperación. Algunos de entre ellos, aquí y allá, observó Paul, estudiaban
atentamente lo que les rodeaba: oficiales Sardaukar midiendo las defensas de la
estancia, planeando la posibilidad de una desesperada tentativa que transformara su
fracaso en victoria.
Finalmente, la atención de Paul fue atraída hacia una mujer alta y rubia, de ojos
verdes, un rostro de noble belleza, clásico en su altivez, intocado por las lágrimas,
completamente invicto. Paul la reconoció inmediatamente: la Princesa Real Bene
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