Page 506 - Dune
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Gesserit, un rostro que se le había aparecido en innumerables visiones y en muchos
           aspectos: Irulan.
               Esa es mi llave, pensó.

               Luego captó otro movimiento entre la gente allí delante, y emergieron un rostro y
           una  figura:  Thufir  Hawat,  el  mismo  antiguo  aspecto  de  siempre,  con  sus  oscuros
           labios manchados, los hombros hundidos, su apariencia de frágil edad.

               —He aquí a Thufir Hawat —dijo Paul—. Déjale venir libremente, Gurney.
               —Mi Señor —dijo Gurney.
               —Déjale venir libremente —repitió Paul.

               Gurney asintió.
               Hawat avanzó vacilante, mientras una lanza Fremen se alzaba ante él y volvía a
           descender  inmediatamente  a  sus  espaldas.  Sus  acuosos  ojos  escrutaron  a  Paul,

           midiendo, buscando.
               Paul  dio  un  paso  adelante,  notando  el  tenso,  expectante  movimiento  del

           Emperador y su gente.
               La mirada de Hawat pasó más allá de Paul, y el anciano dijo:
               —Dama  Jessica,  hasta  hoy  no  he  sabido  lo  equivocado  que  estaba  en  mis
           pensamientos. No merezco el perdón.

               Paul aguardó, pero su madre permaneció silenciosa.
               —Thufir, viejo amigo —dijo Paul—; como puedes ver, mi espalda no está vuelta

           a ninguna puerta.
               —El universo está lleno de puertas —dijo Hawat.
               —¿Soy el hijo de mi padre? —preguntó Paul.
               —Te  pareces  más  a  tu  abuelo  —dijo  Hawat  con  voz  rasposa—.  Tienes  sus

           mismos ademanes, e idéntica mirada en tus ojos.
               —Sin embargo, soy el hijo de mi padre —dijo Paul—. Por eso te digo, Thufir,

           que  en  pago  por  todos  tus  años  de  servicio  a  mi  familia,  puedes  pedirme  ahora
           cualquier cosa que desees de mí. Cualquier cosa. ¿Es mi vida lo que quieres, Thufir?
           Es tuya. —Paul dio otro paso hacia adelante, con las manos a los costados, viendo la
           mirada de comprensión en los ojos de Hawat.

               Sabe que conozco la traición, pensó Paul.
               Reduciendo su voz a un susurro que tan solo Hawat podía oír, dijo:

               —Hablo sinceramente, Thufir. Si has de golpearme, hazlo ahora.
               —Tan sólo quería hallarme una vez más ante ti, mi Duque —dijo Hawat. Y Paul
           vio por primera vez el esfuerzo que hacia el viejo por no caer. Avanzó y sujetó a

           Hawat por los hombros, sintiendo el temblor de los músculos bajo sus manos.
               —¿Es eso dolor, viejo amigo? —preguntó Paul.
               —Es dolor, mi Duque —asintió Hawat—, pero el placer es mucho mayor. —Se

           volvió  a  medias  entre  los  brazos  de  Paul  y  extendió  su  mano  izquierda,  la  palma




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