Page 504 - Dune
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transmitiría su mensaje.
—Déjales que sigan amenazando.
—¡Paul! —exclamó Jessica tras él—. ¡Estás hablando de la Cofradía!
—Voy a arrancarles los colmillos dentro de poco —dijo Paul. Y pensó entonces
en la Cofradía… aquella potencia que se había especializado desde hacía tanto
tiempo que se había convertido en un parásito, incapaz de existir independientemente
de aquella vida de la cual se nutría. Nunca se había atrevido a empuñar la espada… y
ahora ya no podía empuñarla. Hubiera debido apoderarse de Arrakis cuando se dio
cuenta del error que había supuesto el que sus navegantes dependieran
exclusivamente de los poderes narcóticos de consciencia de la melange. Hubieran
podido hacerlo, vivir sus días de gloria y morir. En cambio, habían preferido vivir al
día, esperando que el océano en que se movían les proporcionara un nuevo anfitrión
cuando el viejo hubiera muerto.
Los navegantes de la Cofradía, con su limitada presciencia, habían tomado una
fatal decisión: habían elegido el camino más fácil, seguro y cómodo, aquel que
conduce siempre al estancamiento.
Que miren atentamente a su nuevo anfitrión, pensó Paul.
—Hay también una Reverenda Madre Bene Gesserit que dice es amiga de tu
madre —dijo Gurney.
—Mi madre no tiene amigas Bene Gesserit.
Gurney miró de nuevo hacia el Gran Salón, y luego se inclinó al oído de Paul.
—Thufir Hawat está con ellos, mi Señor. No he tenido posibilidad de verle a
solas, pero ha usado nuestros viejos signos con las manos para decirme que ha
fingido trabajar para los Harkonnen y que te creía muerto. Dice que debe quedarse
con ellos.
—¿Has dejado a Thufir con esos…?
—Es él quien lo ha querido… y creo que es lo mejor. Sí… si algo no funcionara,
siempre podríamos controlarlo. Si no, siempre es mejor tener un oído al otro lado.
Paul recordó entonces la posibilidad de aquel momento en algunos breves
relámpagos de consciencia… y una línea de tiempo en la cual Thufir llevaba una
aguja envenenada que el Emperador le había ordenado usara contra «aquel Duque
rebelde».
Los guardias de la entrada principal se apartaron, formando un breve pasillo de
lanzas. Hubo un confuso susurro de telas, la arena traída por el viento al interior de la
residencia chirrió bajo numerosos pies.
El Emperador Padishah Shaddam IV apareció en la sala a la cabeza de su gente.
No llevaba el yelmo de Burseg, y sus cabellos rojos estaban alborotados. La manga
izquierda de su uniforme mostraba una rasgadura a todo lo largo de su costura
interna. Iba sin cinturón y sin armas, pero con su sola presencia parecía crear un
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