Page 16 - Alejandro Casona
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¡Deje eso! (Toma el auricular y contesta en un tono tan amable que
es evidentemente falso.) ¡Hola! ¿Ah, es usted? Encantada siempre. Lo
siento pero ahora no me es posible. No, por favor, no insista.
(Subrayando.) Le repito que en este momento es imposible. Yo le
llamaré. De nada. (Cuelga.) Vamos, señorita; el trabajo no puede
esperar. Con permiso. (Vacila un momento. Desconecta el teléfono y
sale con la Mecanógrafa. Isabel y el señor Balboa se miran cada vez
más perplejos. Él se enjuga la frente con el pañuelo; ella tamborilea
los dedos nerviosa. Sonríen forzadamente sin saber qué decirse. Por
fin el señor Balboa da el primer paso, confidencial.)
ISABEL y BALBOA
BALBOA.
Dígame, señorita, ¿usted tiene una idea aproximada de dónde
estamos?
ISABEL.
Yo no. ¿Y usted?
BALBOA.
Tampoco. ¿Es curioso, no? Ninguno de los dos sabemos dónde
estamos y sin embargo aquí estamos los dos.
ISABEL.
¿No habremos equivocado la dirección?
BALBOA.
Comprobemos. ¿Cuál es la suya?
ISABEL.—(Saca de su bolso una tarjeta azul.) Avenida de los Aromos
2448.
BALBOA.—(Mirando la suya.)
Dos, cuatro, cuatro, ocho. Correcto. Es indudable que en toda la
ciudad no puede haber más que una Avenida de los Aromos.
ISABEL.
Y es indudable que en toda la avenida no puede haber más que un
dos, cuatro, cuatro, ocho.
BALBOA.
Entonces estamos bien, no hay discusión. ¿Pero dónde? ¿Qué
significa esta mezcla de oficina y de utilería?