Page 20 - Alejandro Casona
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¿Qué otra explicación puede haber? Pero no tenga miedo; viejo y
todo, soy un caballero. ¡Que se atrevan esos rufianes! (En este
momento el libro vuelve a encenderse tres veces, con tres llamadas
de chicharra, y la puerta falsa de la librería empieza a girar. Los dos
retroceden despavoridos, imponiéndose silencio mutuamente y
vuelven a sus asientos. Por la puerta secreta entra el Mendigo: una
figura sórdida escapada de la Corte de los Milagros, con mugrienta
capa romántica, ancho fieltro y parche en un ojo.)
ISABEL, BALBOA y el MENDIGO
MENDIGO.
Salud. (Pasa con toda naturalidad, sin hacerles caso, hacia la mesa y
sobre una bandeja de plata va depositando distintos objetos que
extrae de sus profundos bolsillos: un collar de perlas, varios relojes
con cadena, algunas carteras. Después señala un número en el
teléfono interior.)
MENDIGO.
Hola. Aquí el S-S-2. Misión cumplida. Sin complicaciones. No, esté
tranquilo, no me ha seguido nadie. Respondo. Gracias. (Se quita el
parche del ojo y se dirige a la segunda izquierda. De pronto se
detiene contemplando admirado al señor Balboa.) ¡Exacto, exacto,
exacto! Un verdadero hallazgo. (Avanza un paso con el dedo
tendido.) ¡Usted es el coronel de las siete heridas para recuerdos de
guerra! ¿A que sí?
BALBOA.
¿Eh...?
MENDIGO.
¿Ah, no? ¡Qué lástima! Con una perilla blanca, era el tipo justo. (A
Isabel.) Salud compañera. (Sale. En cuanto se cierra la puerta el
señor Balboa se levanta pálido pero iluminado.)
ISABEL y BALBOA. Diálogo rapidísimo
BALBOA.
¡Por fin! ¿Está claro ahora? ¡Hemos caído en una mafia!
ISABEL.
¡Hay que salir de esta cueva como sea!