Page 22 - Alejandro Casona
P. 22
CAZADOR.
¿No lo dije? ¡Éxito total! Y yo solo ¡solo! Para que luego digan de la
iniciativa privada. ¿Me hace el favor un momento? (Entrega el dogal
de los perros al señor Balboa, que no acierta a negarse, tan
espantado de los perros como del dueño. El Cazador se abalanza al
teléfono cantando ópera italiana.)
CAZADOR.
Fígaro cuí. Fígaro la... ¡Hola! ¿Departamento de material? Sí, yo
mismo. Feliz. ¿No se me nota en la voz? Anote rápido: para mañana
al amanecer tres docenas de conejos. ¿Cómo? ¡Pero no, hombre de
Dios! ¿Para que me iban a servir muertos? ¡Vivos, vivos y coleando!
De acuerdo. (Va a colgar cantando. Se detiene de pronto.) Ah,
espere, otra cosa. Necesito más perros. Todos los que pueda: ocho
perros, catorce perros ¡cincuenta perros! ¿Hambrientos? No se
preocupe; de la alimentación me encargo yo. (Ríe.) Queda usted
invitado. A las órdenes, camarada. (Cuelga y toma rápido una nota
cantando. Comenta entusiasmado.) ¿Es prodigioso? ¡Si lo hubieran
ustedes visto! Cuatro hombres felices con el mínimo de gasto. (Cruza
a recoger sus perros cantando.) "¡Lucévano le stelle!" Gracias, señor,
muy amable, gracias. (Grandes palmadas. Al notar su asombro, mira
a uno y otra receloso, mira a las puertas, y baja la voz confidencial.)
¿Nuevos?
ISABEL.—(Sin voz.)
Nuevos.
CAZADOR.
Pero... ¿iniciados ya o en período de observación?
BALBOA.
Mitad y mitad.
CAZADOR.
Ah, ya: catecúmenos.
ISABEL.
Catecúmenos.
CAZADOR.
Ánimo, compañeros, el principio es lo único que cuesta. Después...
¡es maravilloso! (A los perros.) ¡Quieto, Romeo! ¡Vamos Julieta!
(Abre de otra patada la puerta de la dirección gritando.) ¡Señor
Director! ¡Señor Director...! (Y desaparece con el mismo alarido
gutural que anunció su llegada. Isabel queda en pie, pasmada. El
señor Balboa cae desfallecido en un sillón.)