Page 27 - Alejandro Casona
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De repente sentí como una pedrada en los cristales y algo cayó
dentro de la habitación. Encendí temblando... Era un ramo de rosas
rojas, y un papel con una sola palabra: "¡mañana!" ¿De dónde me
venía aquel mensaje? ¿Quién fue capaz de encontrar entre tantas
palabras inútiles la única que podía salvarme? "Mañana." Lo único
que sentí es que ya no podía morir esa noche sin saberlo. Y me dormí
con la lámpara encendida, abrazada a mis rosas ¡mías! las primeras
que recibía en mi vida... y con aquella palabra buena calándome
como otra lluvia: "¡mañana, mañana, mañana...!" (Pausa
recobrándose.) A la mañana siguiente cuando desperté. .. (Busca en
su cartera.)
MAURICIO.
Cuando se despertó había debajo de su puerta una tarjeta azul
diciendo: "No pierda su fe en la vida. La esperamos". (Isabel lo mira
desconcertada, con su tarjeta azul en la mano. Se levanta sin voz.)
ISABEL.
¿Era usted?
MAURICIO.
Yo.
ISABEL.
¿Pero por qué? Yo no le conozco ni le he visto nunca. ¿Cómo pudo
saber?
MAURICIO.—(Sonriente.)
Tenemos una buena información. Cuando supe que había perdido su
trabajo y la vi caminar sin sentir la lluvia, comprendí que debía
seguirla.
ISABEL.
Yo no lo había pensado aún. ¿Cómo adivinó lo que iba a suceder?
MAURICIO.
El tubo de veronal ya era sospechoso, pero mucho más al verla entrar
en la pensión sin cerrar la puerta; cuando una mujer sola deja
abierta su puerta es que ya no tiene miedo a nada.
ISABEL.
¡Por lo que más quiera, no se burle de mí! ¿Quién es usted? ¿Y qué
casa es ésta donde todo parece al mismo tiempo tan natural y tan
absurdo? (Mauricio la toma de la mano y la hace sentar.)
MAURICIO.
Ahora mismo va a saberlo. Pero, por favor, no lo tome tan